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Foto 2Hoy en día, el antiguo pueblo de Fuencarral forma parte de Madrid y, junto con El Pardo, da nombre a uno de los distritos de la capital de España. En su origen fue uno de los municipios más poblados y prósperos de la provincia. Localidad agraria hasta bien entrado el siglo xx, dio lugar a una figura que estuvo muy presente en la vida de los madrileños, las foncarraleras o fuencarraleras, vendedoras ambulantes de productos del campo y parte integrante del folclore y el tipismo madrileños durante los siglos xviii y xix. Cada mañana, en burro o a pie, recorrían los 20 kilómetros que separaban su municipio de Madrid y despertaban a los madrileños con el pregón de sus mercancías. Hoy olvidadas, formaban parte de un paisaje urbano desaparecido pero que ha dejado abundantes huellas en nuestra literatura.

Fundado muy probablemente en el siglo xii, Fuencarral supo aprovechar su cercanía al mercado madrileño para vender en él sus productos. Ya en el siglo xvi iban a diario numerosos foncarraleros a la capital, para vender leña en la Villa y Corte y ganarse, así, su sustento. El crecimiento económico y demográfico de Madrid, tras ser elegida capital de la monarquía, tuvo su reflejo también en Fuencarral, ya que sus habitantes supieron rentabilizar de nuevo la cercanía de la ciudad y buena parte de ellos orientó su actividad económica al servicio de la gran urbe (Fotos 2 y 3). A fines del xviii el pueblo producía «trigo, cebada, centeno, garbanzos, guisantes, algarrobas, avena, nabos, vino común y moscatel», producto este último en el que los viñedos fuencarraleros tenían especial fama. Se dio además una cierta especialización en una rama de comercio realmente peculiar: los huevos. En 1752 unas treinta personas hacían de este alimento su principal medio de existencia y los llevaban a vender a Madrid, de forma diaria. En el pueblo vivía el proveedor oficial de la familia real, que servía a Palacio y es de suponer que a otras casas nobles. Eugenio Larruga, tratadista de la época, afirmaba que Fuencarral era «el depósito de los huevos que se consumen en Madrid. Otro producto que gozaba de bastante fama en la época fueron los nabos, de los que el viajero Antonio Ponz afirmaba que no los había de mejor sabor. En un sainete del que luego hablaremos, tenemos un diálogo interesante al respecto:

Ponce: ¿Y tú, eres de Foncarral?
Chinica: Así lo fueran los nabos
que se venden en la plaza de
Madrid a cuatro cuartos,
y luego hay que dar a dos
a los de acá.
Ponce: Pues señalarlos

con las armas del lugar,
para evitar contrabandos.

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