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P45Para los expertos, curiosos, cronistas y especialistas en la historia de Madrid, no hay una plaza más universal que la Plaza Mayor, por algunas características que la hacen diferente: pretendió ser como la de Salamanca, pero pronto adquirió personalidad propia. Es la única plaza de gran ciudad que no tiene un hotel, aunque lo tendrá en breve, en la Casa de la Carnicería, si los vientos municipales no varían el rumbo y empiezan a soplar en contra. Es la única de sus características que tiene en el centro una estatua, en este caso la de su fundador, Felipe III, que resistió a algunas tentativas de desplazarla, de orillarla. Sufrió tres incendios devastadores a los que sobrevivió. Como ninguna otra plaza, fue escenario de acontecimientos históricos, proclamaciones, revueltas, motines, autos de fe, celebraciones regias, ejecuciones públicas, corridas de toros, juegos de cañas.

Este espacio tan repleto de aconteceres de vida y de muerte, de festejos y duelos, cumple cuatrocientos años de vida, que son los últimos cuatrocientos años de la historia de Madrid, que en buena parte ha pasado por la Plaza Mayor, centro y corazón de la villa hasta la «universalización» de la Puerta del Sol. En 1617, Felipe III ordena construir ese nuevo espacio central, dentro del proyecto de renovar Madrid, para que la ciudad donde su padre asentó la corte, rompa con su carácter provinciano y se ponga al mismo nivel de modernidad de las primeras capitales europeas. Y encarga el diseño de la nueva plaza a su arquitecto de confianza, Juan Gómez de Mora.

No ha habido espacio en Madrid que haya sufrido más modificaciones en su nombre a lo largo de la historia: del Arrabal, Mayor, de la Constitución (1812), Real (1814), de la República (1873), de nuevo, de la Constitución, nombre que recuperó de 1931 a 1936; de Calvo Sotelo (de abril a junio de 1939), y Mayor, desde 1940 hasta nuestros días.

Todo pueblo que se precie de tener vida social, económica y cultural, tiene su plaza mayor, como referencia de lugar de encuentro a todos los niveles. Y desde el origen de las mismas, en ellas se establecieron los mercados y las transacciones comerciales. Plaza mayor era sinónimo de actividad a todos los niveles.

Cuando en el año 1126 Alfonso VII concede a Madrid la Carta de Población, se había producido un desarrollo de la villa hacia su latitud este. En los antiguos arrabales, hasta entonces auténticos páramos, se han establecido asentamientos y el traslado de los gremios, en busca de mayor espacio para el desarrollo de su actividad. La ciudad comienza a rebasar su casco histórico y se despereza por la periferia. En la zona donde actualmente confluye la calle de Toledo con la de Atocha, se localizaba una amplia extensión de terreno baldío, anegado por una laguna, conocida como de Luján, apellido del propietario de ese paraje. Allí se habían situado algunos tenderetes en los que se vendían alimentos y piezas de cerámica. A la vista del crecimiento de esta actividad, la laguna fue desecada para proporcionar mayor espacio. Es a partir de ese momento cuando fue tenida como plaza mayor y conocida como del Arrabal. Empezaron a venderse entonces, productos procedentes de las huertas y corrales de la villa. En torno a la misma, se habían construido varias casas de dos plantas, habitadas por los comerciantes que allí ejercían su actividad, la mayoría de ellos, judíos. Aparte de buscar mayor desahogo para el comercio, lo que intentaban era eludir el pago de aranceles, que habrían de satisfacerse en el portazgo de la plaza de Guadalajara. A lo largo de los años posteriores, bien por voluntad del rey o del Concejo, a la plaza del Arrabal se fueron trasladando algunos mercados semanales o de ferias, donde ya se vendía todo tipo de productos, al tiempo que cundía el desorden, la venta ilegal y fraudulenta, sobre todo la de productos perecederos.

En el año 1530 la plaza del Arrabal, empieza a conocérsela como Plaza Mayor. Treinta y un años después, Felipe II traslada la corte desde Toledo a Madrid. La villa tenía 10 000 habitantes, 2500 casas y una superficie de 72 hectáreas. Al convertirse en la capital del Reino, Felipe II quiere acabar con el estado de anarquía urbanística que sufre, con la falta de salubridad y su carácter provinciano, e inicia una serie de importantes reformas, entre ellas, el ordenamiento de los mercados y la modernización de las plazas principales, donde habrán de celebrarse grandes fastos. El corregidor, Francisco de Sotomayor, redacta en 1565 una Memoria de las obras de Madrid, en la que se incluye la necesidad de llevar a cabo una amplia reforma en esta plaza, que se ha quedado obsoleta e inadecuada, y propone construir dos edificios destinados a la venta de pan y de carnes. En pocos años la población de Madrid alcanza los 25 000 habitantes.

Podrás leer el artículo completo en el Número 68 de Madrid Histórico.