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Seguimos repasando el funcionamiento y el día a día de un periodo fascinante de la historia de la capital, el Madrid de los Austrias. Esta vez nos fijaremos en el que fuese uno de los grandes inconvenientes de la urbe, el abastecimiento de alimentos de una población que, con la llegada de la Corte, se disparó de una manera exponencial. Un problema al que hubo que añadir otros aspectos negativos, como las malas comunicaciones, la ausencia de un río navegable y el gravamen fiscal que contribuirían a encarecer los productos. Cinco mercados principales, dos mataderos y el abundante comercio ambulante eran toda la infraestructura de aquel Madrid para alimentar a su creciente número de habitantes.

 El Madrid del siglo xvii, la flamante corte de los Austrias, se constituiría en sí como un gran mercado, porque básicamente eso es lo que era, un gran centro de servicios donde el comercio pugnaba por ser su principal actividad económica. Del mismo modo, sus numerosos mercados funcionarían como punto de encuentro de la población madrileña de entonces, donde grandes y pequeños, ricos y pobres, nobles y plebeyos se dejarían ver asiduamente. Sería precisamente el abastecimiento uno de los mayores problemas de la urbe, cada vez con mayor población, y por ende, con mayor demanda. La cuestión se centraría fundamentalmente en las vías y medios de transporte, pues su estratégica situación central la haría deseable desde el punto de vista geopolítico, pero no así desde el comercial, debido a su lejanía de la costa y la también inexistencia de un río navegable que, sin embargo, sí tenían otras grandes capitales europeas como Londres, Roma o París.

Indudablemente esto jugaría en detrimento de su propio suministro y también en el de una política moderada de precios. En consecuencia, los costes de suministro serían elevados, lo cual convertiría a Madrid en una ciudad bastante cara. El transporte terrestre, constituido por caminos en estado bastante deteriorado, los continuos accidentes que se producían como consecuencia y finalmente la dificultad que acarreaba el trasladar grandes cantidades de mercancía, todo ello, se traduciría finalmente en que lo rentable fuera, por un lado, un mercado de productos de primera necesidad, no perecederos, y por otro, un comercio constituido por mercadería de alto gravamen y poco peso, es decir, un comercio de lujo.

Con respecto a la fiscalidad existirían ámbitos comerciales propios, únicamente utilizados por aquellos estamentos privilegiados —nobleza e hidalguía— exentos de gran parte de los tributos entonces en vigor. En ellos no se cobrarían los impuestos exigidos a gravar en los diversos intercambios comerciales que, sin embargo, sí estaba obligada a pagar el resto de la población. Estos aranceles serían la sisa y la alcabala. El primero consistiría en que el comerciante entregaba al comprador una parte menor de la demandada, la cual sería después cotizada a la Hacienda. El segundo, la alcabala, gravaría con un 10% el valor de todas las mercancías.

Vamos a centrarnos en el primer tipo de mercado que hemos descrito, el de aquellos artículos que llamamos de primera necesidad, fundamentalmente los del sector alimentario. Habría entonces en nuestra ciudad cinco mercados principales: el de la Plaza Mayor, el de Antón Martín, el de la puerta de Santo Domingo, el de la Red de San Luis y el situado en la plaza de la Cebada.

La Plaza Mayor. Los lugares correspondientes a los diversos puestos allí establecidos serían señalados en el suelo de la citada plaza, por una piedra con las armas de Madrid y el número correspondiente a cada uno de ellos. Además de su propio mercado, contaba en sus aledaños con establecimientos fijos de pañeros, sombrereros o boteros. En el llamado Portal de Paños, por poner un ejemplo, desde el siglo xvi se surtía la gente del teatro de telas, pasamanería y atuendos para sus representaciones.

Podras leer el artículo completo en el último número de Madrid Histórico