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Nada queda ya en pie del extenso caserón, destinado primeramente a caballerizas, construido entre 1556 y 1564 por el maestro de obras Gaspar Vega, en la gran plaza del Campo del Rey, frente al antiguo alcázar, transformado en palacio regio por Carlos V y Felipe II. Las instrucciones reales al arquitecto dictadas por Felipe II desde Bruselas decían: «El tejado de las caballerizas de Madrid queremos sea de pizarra por cuanto en el dicho cuarto ha de haber mucha gente, y paja, y otras cosas peligrosas para el fuego, será bien que el primero y segundo suelo sean todos de bóveda, sin que en dichos suelos haya obra de madera sino puertas y ventanas. Y así lo ordenamos». Ocupaba el edificio buena parte de aquella extensa plaza, y se hallaba cubierto con un alto caballete apuntado, revestido de pizarra y escalonado al gusto flamenco, complementando a mediados del xvii por un suntuoso arco que daba paso a la plaza y a la residencia de los reyes. Derribadas las dependencias, en la época de la invasión francesa, quedaron solo el arco y el gran salón, que ha servido durante algunos siglos de reducido y seguro albergue para las regias colecciones de armas.

La fachada exterior de la Armería y su arco

El arco se edificó por José del Olmo, arquitecto distinguido e influyente en la Corte, en la que comenzó como aparejador y alcanzó el grado de maestro mayor de las obras reales. Se alzaría entre los años 1675 y 1676, al final de la privanza de Fernando Valenzuela, como primer ministro de la Reina Gobernadora, en la minoría de edad de Carlos II. La obra era un ejemplar notable del repertorio barroco madrileño, que respeta el estilo austríaco de las viejas caballerizas, añadiendo una pareja de escudos reales, a cada lado, en los que ya no figura el emblema de los territorios portugueses. Su autor sigue la estela de Gómez de Mora, al que sucede en los empleos de maestro mayor del rey y del Ayuntamiento de Madrid, colaborando en la terminación de la sede del concejo en la plaza de la Villa. También fue el autor del convento e iglesia de las Comendadoras de Santiago, fundación de protección real o del imaginativo retablo-tramoya de la sacristía del monasterio de El Escorial.

Un artista alsaciano, Louis Courtin, que recorre Europa en las primeras décadas del xix, nos deja una preciosa vista de la Real Armería, cuyo acceso parece algo más despejado que el ofrecido en la lámina anterior. Confirma, sin embargo, el desnivel del terreno, pues a la derecha del arco se inicia la rampa ascendente del pretil de palacio. También nos ofrece datos nuevos, como una estrecha puerta de elementos almohadillados, ante la que aparece una fuente de uso público.

Un ambicioso proyecto de Isidro Velázquez, arquitecto mayor de S.M. trataba de resaltar el espacio de la plaza de Palacio. Un expresivo alzado, fechado en 1824, de las fachadas sur y este, con interesantes ideas para mejorar tanto el diseño arquitectónico como los elementos simbólicos y ornamentales, se conserva en la Biblioteca Nacional, que aquí reproducimos parcialmente. Trazaba una galería cubierta en el frente que da a la actual plaza de Oriente, destinada a la Real Guardia Walona, que servía también para unir el palacio con el Arco de Valenzuela y la Armería, añadiendo un nuevo arco a la fachada sur que diera simetría a la plaza. Además de la solución arquitectónica, aportaba elementos decorativos singulares, como dos estatuas ecuestres (una de ellas la de Felipe IV que hoy centra la plaza de Oriente) y otro elemento monumental que denominaba «la Mole», con el simbólico león hispano, los dos hemisferios y las dos columnas del Plus Ultra.

Además añadía en su propuesta decorativa del nuevo arco fingido, que formaría pareja con el de Valenzuela, la sugerencia de que «se podría pintar al fresco en lugar de revoco una vista en perspectiva de casas y horizonte de Campo que, mirado desde el centro de la Plaza hará un gran efecto, engañando la vista de los espectadores». Esta fantasía recordaba a los artificios instalados en la plaza con motivo de la exaltación al trono de los reyes Carlos IV y Luisa de Borbón, y la jura como príncipe de Asturias del futuro Fernando VII, en cuyo acto se colocaba en la fachada de la Armería un magnífico palacio en perspectiva con varias escalinatas que descendían a un primoroso jardín imitado, con dos arcos en los extremos, uno verdadero y otro pintado para hacer simetría. Con esta visión, el arquitecto trataría de hacer recordar al rey la imagen que conservaría en su memoria de aquel día, no tan lejano de la primavera de 1790, en el que se vería «engañado» por el aspecto fantástico que ahora su arquitecto quería recrearle. Sin embargo, el proyecto no prosperó.

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