Déjate llevar de la mano de nuestra revista a través de fotografías, imágenes, ilustraciones, gráficos y mucho más…

No hay personaje más poderoso, y con más ambición política, que don Álvaro de Luna en la Castilla de los Trastámara. Nacido en Cañete (1390), como hijo natural de la unión del noble don Álvaro Martínez de Luna y de la dama María Fernández Jaraba. Falleció en Valladolid, en el cadalso de la Plaza Mayor de Valladolid en 1453. Sesenta y tres años de vida que reflejan bastante bien los avatares de la corte de los Trastámara en los diferentes reinos de la península ibérica. Nació en el primer año del reinado de Enrique III y murió un año antes del fallecimiento del rey Juan II, monarca que, primero, le colmó de poder y posesiones, y después, le mandó decapitar.

El siglo xv es un tiempo en donde reyes y nobles son conscientes ya de la importancia del relato histórico como forma de influir en la sociedad bajomedieval del momento. Proliferan las crónicas como herramienta de propaganda política, como diríamos en la actualidad. A Juan II, un monarca «emparedado» en la disputa fratricida con los infantes de Aragón (es el momento en el que en todos los reinos de la península gobierna algún miembro de la familia Trastámara), le canta sus escasas loas el cronista Pérez de Guzmán. A Álvaro de Luna, condestable de Castilla y maestre del mayorazgo de Santiago –dos de las máximas distinciones del momento–, lo glosa su fiel vasallo Gonzalo Chacón.

«No cabe imaginar dos personajes tan distintos como Juan II y Álvaro de Luna… La historia del reinado [de Juan II] es la historia de don Álvaro de Luna», reconoce el historiador marqués de Lozoya, en su Historia de España. La Crónica de Fernán Pérez de Guzmán nos describe al condestable como: «… pequeño de cuerpo e menudo de rostro, pero bien compuesto de sus miembros, de buena fuerça y muy bue cabalgador. […] En el palacio muy gracioso e bien razonado. […] Grandt disimulador, fingido e cabteloso e que mucho se deleytaba en usar tales artes e cabtelas». Este último perfil psicológico del condestable parece relatar bien el carácter ambicioso de Álvaro de Luna, partiendo de la base de que el cronista referido no mostró demasiadas simpatías por el poderoso caballero.

Pero frente a tanto panegírico –y también tanta crónica «enemiga»–, un documento fechado en el 12 de junio de 1453 se aparta de una y otra visión y es, probablemente, el texto más fidedigno para conocer los últimos y trágicos días de la vida del poderoso don Álvaro. Es el pergamino copiado en el Tumbo de Valdeiglesias (la última hoja del pergamino del libro pequeño abacial del coro del monasterio de Santa María de Valdeiglesias); un pergamino escasamente estudiado por los historiadores (foto 2), y salvado para la historia gracias al celo de un monje cisterciense de dicha abadía que lo copió en el tumbo de 1644 (Tumbo de Valdeiglesias, RAH). Este monasterio es el único cisterciense en la Comunidad de Madrid .

«Venimos por la plaza e subimos en la escalera del cadalso y vimos al maestre tendido papo arriba encima de una alcatifa en una almohada de seda que tenía la cabeza cuando le degollaron….». Son las palabras recogidas por el monje cisterciense Alonso de Quiriales, testigo de la decapitación del valido de Juan II. Este texto pertenece al mencionado librito abacial y fueron transcritas en el Tumbo de Valdeiglesias. Nos encontramos en el 3 de junio de 1453, por la mañana, en la Plaza Mayor de Valladolid, donde 24 horas antes ha sido decapitado Álvaro de Luna.

Podrás leer el artículo completo en Madrid Histórico 74 ¡Hazte con ella en nuestra tienda online!