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El aumento de publicaciones sobre Madrid, bien relativas a su historia, arte, leyendas, costumbres o cualquier aspecto relacionado con la ciudad, es un hecho, por ello hemos querido contribuir a ensalzar aún más la ciudad a través de esta obra, que sale a la luz con el fin de proporcionar una visión generalizada del desarrollo acaecido en su territorio, desde su fundación hasta el desarrollismo económico de los años cincuenta del siglo xx. Y para ello se han tenido en cuenta aspectos tan diversos como los políticos, religiosos, económicos, sociológicos, arquitectónicos, urbanísticos y artísticos.

Muchos han sido los historiadores, viajeros y cronistas que a lo largo de los siglos han descrito la Villa y Corte, sus grandezas y costumbres, entre otros Tomás López, Juan Francisco González, José Antonio Álvarez, Antonio Ponz, Mesoneros Romanos, Pascual Madoz, Francisco Pérez Mateos, Juan Francisco Javier de Bona, Cayetano Rosell y Fernández de los Ríos, como también muchos los profesionales que a través de sus obras han ido desarrollando la ciudad de Madrid, tal y como hoy la conocemos.

No obstante, la villa, como cualquier ciudad entendida como un conjunto espacial de carácter colectivo, ha exigido la aplicación de una serie de reglamentos jurídicos para hacer posible la vida en ella, además de una normativa encaminada a la conservación de su extenso patrimonio.

Madrid Historico 74La historia de Madrid tiene sus raíces muy profundas, ya que antes de ser una ciudad árabe tuvo asentamientos prehistóricos, romanos y visigodos a ambos lados de los ríos Manzanares, Jarama y Henares. Los restos paleolíticos se encontraron en el cerro de San Isidro, la Casa de Campo, El Sotillo, Las Delicias y Villaverde. Del mismo modo, existen yacimientos neolíticos no menos importantes, sobre todo en el Manzanares y Jarama; silos y santuarios de la Edad del Bronce, además de poblados celtibéricos formados por chozas unifamiliares con estructuras defensivas muy simples, a veces con necrópolis cercanas.

Los yacimientos madrileños de la Edad del Hierro no son puntos dispersos, ya que se han documentado una treintena de ciudades de varias hectáreas de extensión con un fuerte sistema defensivo, fosos y fortificaciones de fábrica de mampostería y sillería de más de tres metros de espesor ubicadas en su interior; casas de planta cuadrada o rectangular con tejado a una vertiente, construidas en adobe sobre un zócalo de piedra y una distribución interna de varias dependencias.

La romanización de la zona se inició en el siglo ii a. C. sobre los antiguos castros celtíberos. Madrid, llamada por entonces Matrice –término que significa riqueza natural de aguas subterráneas–, quedó englobada dentro de la provincia Citerior. Restos de esta época se encontraron en la calle Segovia, la zona de El Pardo, la Casa de Campo, el puente de los Franceses, Campamento, Carabanchel, Villaverde, Getafe, Villamanta, Titulcia y Torremocha del Jarama, cuya romanización puede confirmarse a través del puente y las murallas de Talamanca, las murallas de Uceda y las termas de Valdetorres del Jarama, y principalmente en la ciudad romana de Complutum, hoy Alcalá de Henares.

Aunque la población romana fue numerosa en los límites de la provincia, en pocos casos alcanzó valores propiamente urbanos, de ahí que los yacimientos de los alrededores de la capital sean yacimientos rurales y villas, como los Carabancheles, Villaverde, Cuatro Vientos, La Torrecilla y Getafe. No obstante, es en la importante red viaria que nos dejó este pueblo, cuyo tramo principal iba desde Complutum a Toletum, donde su presencia es más notoria.

Tras la época romana, la ciudad fue poco a poco deteriorándose por la inseguridad de las invasiones bárbaras, lo que trajo consigo el asentamiento visigodo en el año 376 y la elección de Toledo como centro político en 561. Como es habitual, estos asentamientos se levantaron cercanos a los asentamientos y las antiguas calzadas romanas (Manzanares el Real, Colmenar Viejo, Guadarrama, la Casa de Campo, La Cabrera, Soto del Real, Getafe y el barrio de Tetuán), motivo por el que existía un total de siete necrópolis en torno a la ciudad.

Pero no cabe duda que el desarrollo de Madrid llegó con la invasión árabe, momento en que la ciudad cambia su nombre por el de Mayrit o Magerit y sigue el tradicional esquema de una plaza musulmana. Desde Mohamed I, hijo de Abderramán II, la ciudad contó con una alcazaba, donde hoy se ubica el Palacio Real; una ciudadela o almudayna donde residían los militares, actualmente ocupada por la plaza de Oriente y el solar de la catedral de la Almudena, y una muralla que protegía tanto la almudayna como la medina, lugar en el que vivía la población civil.

Durante doscientos años, Madrid permaneció bajo dominio cordobés y con un carácter básicamente militar, de ahí que fuera de la ciudad se conserven varios núcleos defensivos islámicos formados por una serie de ciudades-fortaleza y atalayas enclavadas en las rutas principales, con la función de vigilar y controlar la sierra.

La incorporación de la ciudad a la Corona de Castilla por el rey Alfonso VI se produjo en el año 1085 y diez años más tarde se emprendió la repoblación sistemática y organizada de la ciudad aunque la llegada de los almorávides la frenase hasta un poco antes de 1118. Es en este año cuando se concede el Fuero de Toledo a Madrid, afianzándose dicha repoblación a lo largo del siglo xii, gracias a la consolidación de la frontera con el islam por Alfonso VII.

En 1152, el rey definió el término de la ciudad y se construyó la muralla cristiana con sus diversas puertas (Cerrada, del Sol, de Moros, Guadalajara, San Martín, Santo Domingo,…). La ciudad hizo su división religioso-administrativa a través de las parroquias, entendidas como unidades vecinales que superaban la parcelación eclesiástica para alcanzar importancia municipal. A su vez, se creó un espacio de fórum para poder organizar las ferias y la plaza de San Salvador, hoy de Villa, que se convirtió en el centro de reunión de la ciudad, concentrando el gobierno, las reuniones del Concejo abierto y la justicia, existiendo otras plazas ante las puertas y frente a las parroquias. Además, el aumento de la población hizo que la gente se expandiese más allá del lienzo de la muralla, surgiendo los arrabales de Santo Domingo, San Millán, Santa Cruz o San Ginés, que acogieron una población rural y artesanal cuyas actividades eran necesarias para la vida en la ciudad.

Con el Fuero de 1202, durante el reinado de Alfonso VIII, se dio una nueva normativa a la urbe, incorporándose rasgos urbanos en una estructura aún rural. Como institución principal se encontraba el Concejo, máxima magistratura y conjunto de todos los vecinos y habitantes de Madrid en asamblea, cuyas órdenes y las de los alcaldes eran ejecutadas por el alguacil. Posteriormente Alfonso X reformó su aspecto jurídico otorgando a la ciudad el Fuero Real en 1262, que sería modificado con nuevas y fuertes disposiciones en época de Alfonso XI.

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