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La mayoría de los turistas que llegan a Madrid lo hacen ávidos de saborear su intensa vida cultural y de ocio, visitar sus incomparables museos o deleitar sus paladares con los sabrosos menús tradicionales o platos más vanguardistas que son ofrecidos por una interminable lista de locales de restauración. Los visitantes también encuentran tiempo para hacerse fotografías en sus icónicos monumentos, tales como las fachadas de los museos que conforman la denominada «Milla de Oro», las fuentes del Paseo del Prado, el reloj y la estatua del oso (u osa) y el madroño de la Puerta del Sol, el incomparable marco de la Plaza Mayor o el soberbio Palacio Real. Muchos también se aventuran Castellana arriba para visitar el estadio y museo del que fue considerado como «mejor equipo del siglo xx» o, más recientemente, hacia la M-40 este para admirar el estadio de fútbol más moderno de España.

Tanto los turistas como los oriundos de la ciudad que se interesan más por la historia de Madrid suelen contratar alguna ruta guiada para ilustrarse sobre el pasado de la actual metrópoli, siendo las más solicitadas las que marcan un recorrido por el Madrid de los Austrias, el Madrid ilustrado de los Borbones, el Madrid de la Guerra Civil o incluso una ruta por la Movida madrileña. Es como si la historia de la urbe no fuera más atrás en el tiempo del año 1561 en el que fue designada como sede permanente de la Corte de la Monarquía Hispánica, la potencia hegemónica global que dominaba territorios en todos los continentes y en cuyos dominios no se ponía el Sol. Sin embargo, la capital española tiene una historia tan antigua como desconocida para el público general y que durante mucho tiempo ha sido ignorada tanto en los libros de historia como en las guías turísticas. Precisamente para paliar ese desconocimiento, la editorial La Librería ha publicado la Guía ilustrada del Madrid medieval, una amena y documentada obra que nos permite conocer los primeros siglos de historia de la ciudad del Manzanares por nosotros mismos. Todo lo que necesitamos es el libro, calzado cómodo y muchas ganas de aprender sobre este periodo tan poco tratado por los historiadores de la Villa y Corte. Pero antes de pararnos en los detalles de las numerosas sorpresas que nos depara el recorrido que la guía nos propone por los orígenes de Madrid es conveniente conocer algunos datos sobre la fundación de la ciudad.

La historia de la capital se remonta hasta el siglo ix, momento en el cual sabemos que Muhammad I mandó fundar un ḥiṣn (castillo-fortaleza andalusí), a la sombra del cual poco después nació una pequeña medina. No conocemos exactamente la fecha en la que el emir de Córdoba toma esta decisión, pero sí que sabemos que fue en los años inmediatamente posteriores al 854, fruto del resultado de la batalla de Guadalacete.

Hacia la mitad del siglo ix los cristianos ya habían consolidado su dominio al sur del Duero y estaban empeñados en superar la frontera natural que supone el Sistema Central para acceder a la Submeseta Sur, donde la toma de Toledo significaría no sólo un golpe económico al emirato de Córdoba sino también moral, dado que el dominio sobre la antigua capital visigoda tenía un carácter simbólico nada desdeñable.

La ciudad del Tajo nunca acabó de aceptar el dominio que desde la capital cordobesa se ejercía sobre al-Ándalus, dado que una parte importante de su población era mozárabe (cristianos que habitaban territorio controlado por el Islam) y se sentían más cercanos a sus correligionarios del norte que a los musulmanes del sur. Así, los toledanos se levantaron contra el poder del emirato en el año 852, aprovechando la inestabilidad provocada por el cambio de gobierno en la capital de al-Ándalus tras el nombramiento de Muhammad I. Los toledanos pidieron ayuda al rey asturiano Ordoño I, el cual envía apoyo militar a la revuelta.

El choque entre cristianos e ismaelitas se produce a las afueras de Toledo, cerca de un arroyo de nombre Guadalacete (también conocido como Guazalete o Guadacelete), y se decantó la victoria del lado musulmán tras aplicar una brillante estrategia militar que les otorgó el triunfo en el campo de batalla.

La táctica elegida por los mahometanos fue muy inteligente. Escogieron para la batalla una zona donde el arroyo se encaja en el terreno y provoca de esta manera un resalto natural donde el emir ocultó las tropas del flanco derecho de su ejército, mientras que el resto se ocultó de la vista de los cristianos tras unas elevaciones del terreno en torno a su flanco izquierdo. Era una trampa perfectamente preparada, pero para que el enemigo cayera en ella hacía falta un cebo. De esta forma, los caudillos musulmanes enviaron una parte poco significativa de su ejército a Toledo para hacer creer a los cristianos que las fuerzas enemigas eran muy poco importantes. La estrategia funcionó, pues los toledanos y sus aliados aceptaron el combate fuera de la protección que ofrecían las murallas de la ciudad y se dirigieron al encuentro de los islámicos en Nambroca. El ejército cordobés simuló retirarse hacia el sureste ante la gran embestida cristiana, perseguido por las huestes toledanas y astures, que ya parecían saborear una victoria contundente sobre los infieles. No obstante, una desagradable sorpresa les aguardaba oculta entre los resaltos y promontorios del terreno y el arroyo Guadacelete. El desastre fue total y la victoria de las tropas de Muhammad absoluta.

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