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Que el Lazarillo de Tormes es una obra cumbre de la literatura española es por todos sabido; que podría considerarse como el paradigma de la novela picaresca, también. Pero que existe otra novela en el Siglo de Oro llamada El Lazarillo de Manzanares seguro que sorprende a muchos.

Pese a su corta extensión, la influencia del Lazarillo es tan enorme que dejó huella en La vida del Buscón, llamado don Pablos, escrita por Quevedo hacia 1604, en La pícara Justina, que se publicó un año más tarde, o incluso allende nuestras fronteras, con ejemplos como la novela Fortunes and Misfortunes of the Famous Moll Flanders, escrita por Daniel Defoe en 1772, o más tarde, en 1838, en el inolvidable Oliver Twist de Charles Dickens.

Sin embargo un heredero de aquellas novelas picarescas parece haber caído en el olvido, hablamos obviamente de su versión madrileña: El Lazarillo de Manzanares.

Una novela madrileña a más no poder

Madrid, escenario y protagonista de infinidad de obras de arte, ha aparecido reflejado en novelas como El diablo cojuelo de Vélez de Guevara, en piezas teatrales como El acero de Madrid o La dama boba de Lope de Vega, por no hablar de las numerosas zarzuelas que Carlos Arniches, Federico Chueca u otros grandes maestros ambientaron en la Villa y Corte.

También ha sido nuestra ciudad cuna de innumerables autores: Alonso de Ercilla, Calderón de la Barca, Emilio Carrere, Gloria Fuertes… Pero es que, hablando de libros, Madrid también tiene el honor de haber impreso por primera vez El Quijote, El Guzmán de Alfarache o Los episodios nacionales.

El diablo cojuelo transcurre en Madrid, El Guzmán de Alfarache se publicó en Madrid y La vida es sueño fue escrita por un madrileño, pero pocas obras como El Lazarillo del Manzanares se ambientan y se publican en Madrid al tiempo que salen de la pluma de un autor madrileño.

Estos méritos se aúnan precisamente en El Lazarillo del Manzanares, el cual, además de estar enmarcado en nuestra ciudad, fue escrito por un madrileño e impreso en la capital del reino.

Quizá, para entender el porqué de tanto protagonismo de Madrid en la obra, convenga conocer un poco más afondo la historia de su autor, Juan Cortés de Tolosa. Por la escasez de sus obras, son pocas las referencias que nos quedan de él. Sabemos que nació en Madrid hacia 1590 y que, como dijo el bibliógrafo Nicolás Antonio, provenía de familia regia palatina. Este dato hizo que se buscase el origen de este autor entre los funcionarios de palacio, pero esa conclusión puede que dificulte más que ayude a seguir la pista del escritor.

Otro hilo del que tirar lo encontramos en el Archivo Histórico Nacional, y concretamente dentro de los documentos del Archivo General de las Indias. Allí se guardan dos informes en los que se menciona a un alférez llamado Juan Cortés de Tolosa de Montezuma. Bajo esa identidad con gran probabilidad puede estar nada menos que el nieto de Hernán Cortés y de Isabel Moctezuma, de los cuales nació una niña, Leonor Cortés Moctezuma, que a su vez terminaría casándose con el conquistador Juan de Tolosa, fruto de lo cual nacieron al menos tres vástagos (Juan, Leonor e Isabel), aunque expertos como Beatrice Quijada Cornish han encontrado pistas de otros descendientes en España a principios del siglo xvii. Por lo tanto, y a falta de otras alternativas, quizá es posible que descienda de este clan el autor que ahora nos ocupa.

De lo que no hay duda es de que nuestro protagonista nació en Madrid en 1589 o 1590, y lo sabemos gracias a su libro Discursos morales, en el que, además de considerarse «criado del Rey Nuestro señor, natural y vezino de Madrid», admite tener «veynte y ocho años». Esto nos permite situar el nacimiento de Juan Cortés en un Madrid en el que el controvertido secretario Antonio Pérez escapaba a Aragón provocando la cólera de Felipe II, se estaba fundando el monasterio de doña María de Aragón (hoy día convertido en el Senado) o el Madrid para el que el Greco pintó el retrato del heroico Julián Romero, ubicado originalmente en el convento de las Trinitarias y posteriormente en el Museo del Prado.

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