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La presencia de libros en la sociedad madrileña de los siglos xvi y xvii todavía no era una realidad generalizada. El porcentaje de lectores con bibliotecas era relativamente modesto y, en términos generales, sus colecciones eran también bastante sencillas. El precio de los libros era alto y no dejaba de ser un artículo de lujo al que la mayor parte de la población —pobre y sin recursos— no podía acceder. Además de en las librerías, que obviamente sería el modo más directo y sencillo de conseguir volúmenes, existirían otras formas de acceder a la lectura, entre ellas,la celebración de almonedas. Estas últimas se fueron consolidando como un sistema relativamente novedoso del comercio de libros, que permitía ofrecer en subasta bibliotecas enteras o libros sueltos al mejor postor. Los madrileños de entonces, los que leían, veremos que prefirieron leer en lengua castellana y, sobre todo, libros de naturaleza jurídica.

Formas de lectura

Si nos planteamos el acto de lectura en la España moderna y, por ende, en el Madrid de entonces, podemos hacernos las tres preguntas propuestas por el especialista Maxime Chevalier: ¿Quién sabe leer?, ¿quién puede leer libros? y ¿quién llega a adquirir la práctica del libro? A posteriori podemos asociar estos tres interrogantes al mismo número de aspectos: el social, el económico y el cultural.

¿Quién sabe leer? (aspecto social). El analfabetismo es casi total en la población hispana del siglo xvii. Aldeanos, campesinos, proletariado urbano y una importante fracción del artesanado quedarán al margen de la comprensión del mundo de las letras. En un espacio intermedio hallaríamos un semialfabetismo, que, habiendo asimilado hasta cierto punto la técnica de la lectura, no conseguirá leer de forma corriente y eficaz. Un último estadio, el más minoritario, lo conformaría el grupo lector, el alfabetizado: clero, nobleza, intelectuales, letrados, técnicos, mercaderes, funcionarios, criados de alta y mediana categoría y una pequeña fracción de los comerciantes y artesanos.

¿Quién puede leer libros? (aspecto económico). La respuesta es clara: el que los puede comprar. Sin duda, la adquisición de libros es la forma más generalizada y común de acceder a la lectura, pero también existieron otros modos de acceder a ella. Los analizaremos algo más adelante.

¿Quién llega a adquirir la práctica del libro? (aspecto cultural). Una cosa es saber leer, una segunda es tener posibles para invertir en libros y otra tercera es tener interés por la lectura, o no tenerlo. Tengamos siempre en cuenta que la posesión de un libro no implica necesariamente su lectura.

Además, y siguiendo las tesis de este mismo autor, podemos afirmar que resulta difícil realizar una reconstrucción de lo que fue una lectura popular, pues su desempeño no deja huellas materiales de la misma, caso contrario de la erudita, que sí lo hace por medio de comentarios escritos, glosas o anotaciones en los mismos libros o en otros cartapacios.

En el hábito de la comunicación y lectura existen una serie de conceptos nuevos, que van sustituyendo a los antiguos en una forma de continuidad y evolución. Veamos algunos de ellos. Se produce un mayor predominio de la escritura como medio de comunicación, frente a las antiguas formas de la palabra y el gesto. Comienza a existir una diferenciación del yo y los demás, que dará como resultado una introspección, hasta el momento desconocida: la intimidad. A partir del Renacimiento, y al contrario que en la Edad Media, se va descubriendo un ámbito privado para cada persona: la cámara, alcoba o estudio; en consecuencia, un espacio para leer y, por tanto, una ejecución de la lectura que pasará de la anteriormente practicada en voz alta a la silente y personal. Esto origina que en el mundo del escrito comiencen a cultivarse géneros hasta ahora casi desconocidos: la biografía, la autobiografía, las memorias, los diarios o la poesía intimista.

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