Fernando de Castro era natural de Sahagún (de la comarca de León), pero pasó gran parte de su vida en Madrid. Son muchas y muy buenas las biografías que se han escrito sobre él, pero lo que este artículo pretende resaltar es su labor sacerdotal, universitaria, benéfica y cultural en la capital del reino.
Su temprana vocación religiosa le lleva a ingresar en la orden de franciscanos descalzos del convento de San Diego de Valladolid. A los treinta años llega a Madrid avalado por una trayectoria meritoria en varias instituciones leonesas y por sus buenas relaciones con Patricio de Azcárate y José de la Revilla.
En sus primeros años en la capital se dedica a la enseñanza, primero en el Instituto de San Isidro y después en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. Fue en este tiempo cuando Castro es nombrado predicador supernumerario de la reina y capellán de honor.
Su nombramiento como catedrático y después como rector le lleva a realizar los proyectos más destacados para la cultura española. Apoyó enérgicamente el Ateneo de Señoras y las Conferencias Dominicales para la Mujer y después, crearía la Escuela de Institutrices y la Asociación para la Enseñanza de la Mujer.