Acabamos de «enterrar a la sardina» hace pocos días y nos hemos metido ya en la Cuaresma. El artículo que aquí proponemos aborda esta tradición que cierra el Carnaval, una fiesta que se celebra desde hace muchos siglos por el pueblo llano y que pone de manifiesto la alegría de vivir.
Es el final del periodo del mundo al revés que supone el carnaval, con la transgresión de los valores vigentes, la reaparición de los instintos primarios, la subversión espontánea frente al poder de las instituciones y el predominio, por un día, del caos frente al orden.
Hay diferentes tesis sobre el origen de esta tradición, aunque hay una hipótesis que pesa con fuerza. Y es que los madrileños hacían un descanso en el trabajo sobre las once de la mañana para tomarse un tentempié, que normalmente era un trozo de «cerdina», costumbre que se interrumpía con la Cuaresma al estar prohibido comer carne. Por esa razón, no resultaba raro que se organizaran algazaras para enterrar la cerdina, el día antes del periodo de abstinencia.
Del festejo de este día, del rechazo que produjo entre intelectuales de la talla de Pascual Madoz, Gustavo Adolfo Bécquer o Ramón de Mesonero Romanos, del poder de la Iglesia en este sentido y de la trayectoria de esta tradición hasta nuestros días, va este artículo de José Mª Ferrer González.