A principios del siglo xx, la villa de Guadarrama era un pueblo muy tranquilo. Sus cerca de 800 habitantes vivían básicamente de la ganadería, de la explotación del monte, de una limitada agricultura y de los servicios prestados por el paso del puerto. Tenía buenas comunicaciones, por carretera con Madrid y el norte, y por ferrocarril con las estaciones de Villalba (9 km) y el apeadero de Los Molinos (3 km). Contaba con telégrafo, teléfono y correos (cartero Pedro Geromini). También tenía médico, veterinario, farmacéutico, fábricas de harina, tejas y carruajes, sastrería, barbería, carnicería, tienda de comestibles, varias tabernas, estanco, etc., además de cuartel de la Guardia Civil y escuela de niños y niñas.
El pueblo ofrecía un fabuloso clima veraniego, buenos alimentos, distracciones en la zona y, sobre todo, el elemento hidroterápico con las aguas de la Alameda y la Porqueriza y sus respectivos alojamientos de calidad: en el primero un hotel (1902) y en el segundo hotel y colonia de chalets (1901). Empezaba también por entonces la construcción de hotelitos en el paseo de la Alameda, lo que, unido a las viviendas particulares en alquiler por temporadas, hacían de Guadarrama un lugar con amplia oferta de alojamientos. Además, la cercanía y buena comunicación con Madrid permitía a los veraneantes ir y venir los fines de semana e incluso también a diario.
Sin embargo, toda aquella tranquilidad y sosiego se vio rota por un crimen pasional surgido de un triangulo amoroso protagonizado por dos viejos amigos. Un suceso trágico que alcanzó gran repercusión en los medios y que recordamos en esta ocasión.