Nació el 16 de agosto de 1895 en el pueblo toledano de Ajofrín, hijo de Avelino y Petra. Muy pronto y de la mano de su padre, que además de sacristán, dirigía la banda del pueblo, tuvo Jacinto sus primeros contactos con la música. Al fallecer Avelino, su madre tuvo que trasladarse a Toled e ingresó en el Colegio de Infantes de la catedral como seise; enseguida destacó entre sus compañeros por su carácter abierto, amigable y travieso; entre los profesores por su espíritu aplicado y despierto, y por los conocimientos musicales que había adquirido con su padre.
El cambio de voz supuso tener que dejar el coro catedralicio, pero Jacinto consiguió quedarse en la iglesia como capillero, al tiempo que empezó a trabajar tocando el piano y el violín en cuantas ocasiones se le presentaban. Durante esos años, que son los primeros del siglo xx, Jacinto se convirtió en un personaje muy popular en la Ciudad Imperial. Quienes tenían necesidad esporádica de música para alguna fiesta, celebración o bolo teatral sabían que debían buscar a Jacinto.
Este horizonte no era suficiente para Guerrero que puso sus ojos en Madrid. En 1914 escribió su Himno a Toledo, que le proporcionó una ayuda de la Diputación y del Ayuntamiento para ir a estudiar a la capital, donde llegó, solo, con cuatro perras en el bolsillo y miles de ilusiones y proyectos en la cabeza. Lo primero que hizo en Madrid, tras instalarse en una humilde pensión en la travesía del Horno de la Mata, detrás de la Gran Vía, fue matricularse en el Conservatorio en violín, armonía y composición. Aquellos fueron los primeros pasos de una larga y exitosa travesía.