Madrid, cuna de todo tipo de personajes es también patria de aventureros. Aguerridos e intrépidos hombres que se pusieron el mundo por montera viviendo las más singulares peripecias, en este texto repasaremos algunas de las vivencias de uno de ellos, el Capitán Contreras.
En 1582 cerca de la iglesia de San Miguel de los Octoes (actual mercado de San Miguel) nació el pequeño Alonso, hermano de otros dieciséis vástagos que componían la pobre familia de Gabriel Guillén y Juana de Roa y Contreras, se sabe que nació en el barrio de dicha parroquia porque fue allí donde se le bautizó, aunque no hay que descartar que en realidad hubiese nacido en una de las casas de la rinconada de San Ginés que tan a menudo menciona como hogar de su familia.
Otro detalle que el propio Alonso nos recuerda es la escuela. En ese momento y aún sin haberse establecido el Colegio Imperial en Madrid (actual Instituto de San Isidro), la enseñanza básica se concentraba en las casas de gramática regidas por duchos hombres en letras, a menudo sacerdotes, que en su propio domicilio impartían clases a los más pequeños. Alonso acudía a una en las proximidades de la calle Concepción Jerónima donde comienzan sus tropelías.
Cierto día, y junto a un compañero de pupitre, decide escaparse del colegio para ir a ver unos torneos que aún se hacían en Madrid. El maestro conocedor de tales pellas esperó la llegada de ambos niños para reprender violentamente a Alonso que como era costumbre en aquel entonces se llevó una buena tunda.
El pequeño Contreras que aún no contaba con trece años, vio en tal castigo una injusticia pues el otro alumno se libró, según él, por ser hijo del alguacil Salvador Moreno. A tanto llegó su cólera que con una pequeña navaja asestó tal número de puñaladas al otro niño que murió en mitad de la calle.
Aquello pese a ser menor de edad no le libró de un destierro que vivió en Ávila, pero no parece que su carácter bravucón cediese, pues cuando su madre quiso ponerlo a trabajar en casa de un platero, terminó escalabrando a la mujer de este por tomarle como criado y no como ayudante en el oficio al que servía.
Como pinche de cocina se terminó enrolando en el ejército pues su escasa edad le impedía desarrollar otro cargo, pero rápidamente espabiló entre la picaresca de los soldados, sufriendo castigos por perder las ropas de su señor, robadas por un falso actor que se las pidió para una comedia, pero también aprendiendo cosas de lo más disparatadas en el violento ambiente soldadesco como cuando a un militar se le enderezaron las narices con los pedazos de cráneo de un soldado en el que hizo blanco la artillería enemiga.
Flandes fue su primer destino como militar en las campañas del príncipe cardenal Alberto, pero en realidad no llegó nunca pues cierta noche de camino al combate uno de los cabos del tercio del capitán Mejía le pidió que le acompañase. El secretismo de aquella escapada nocturna en mitad de centro Europa no ocultaba otra cosa que una huida a Nápoles donde cabo y soldado no tardaron en encontrar acomodo sirviendo a la Orden de Malta.
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