Hay un vecino de Madrid que es conocido en todo el planeta, las líneas que escribió cuando vivía en nuestra ciudad han sido traducidas a infinidad de lenguas. ¿Pero sabemos cómo era el Madrid que conoció Cervantes? ¿Qué pasó en la capital cuando Cervantes vivió aquí? ¿Y qué pasó en Cervantes cuando vivió en Madrid? Estas y otras tantas preguntas, que seguramente muchos lectores tengan sobre el Madrid cervantino, trataremos de resolver en este dosier dedicado al célebre escritor.
Madrid como pocas ciudades en el mundo crecía de manera exagerada en el siglo xvi. Desde siglos atrás ya había sido una ciudad predilecta para los últimos reyes castellanos, en Madrid había muerto Enrique IV y nacido su hija Juana, por poner solo dos ejemplos que contradicen el burdo rumor de que nuestra ciudad era apenas un poblachón manchego antes de establecerse en ella la corte. Lógicamente ganó dimensiones a raíz de dicho nombramiento en el año 1561 pero la importancia política y social ya estaba sobradamente demostrada.
Por lo tanto, en 1566 cuando los Cervantes se mudan a Madrid, la ciudad estaba sufriendo sus primeras burbujas urbanísticas, unas obras parejas al imparable crecimiento de la ciudad y que se prolongarán a lo largo de toda su historia con ensanches, vías de circunvalación, etc.
Por aquel entonces la ciudad vivía el esplendor del Renacimiento con el derrumbe de viejos símbolos medievales como las puertas de Guadalajara o la de Valnadú que encorsetaban el crecimiento de la ciudad. Al mismo tiempo se crearon verdaderos referentes artísticos de la nueva moda arquitectónica como fue el desaparecido Alcázar, la plaza Mayor e infinidad de edificios religiosos como el monasterio de las Descalzas Reales.
A nivel urbano la población se incrementó de tal manera que se generaron nuevos barrios, sobre todo hacia el este de la ciudad por donde podía crecer mejor, con zonas como Huertas o el actual barrio de Chueca, donde se irguieron palacetes como la famosa Casa de las Siete Chimeneas, demostrando una vez más el imparable crecimiento económico de la ciudad.
A las viejas calles medievales que hacían referencia a los gremios (Hilanderas, Coloreros, Bordadores…) se le sumaron otras que hacían referencia a los lejanos orígenes de algunos nuevos vecinos que al calor de la corte se asentaron en Madrid (Milaneses, Tudescos…). Eran, por lo tanto, parte de la nueva población que había hecho crecer exponencialmente el censo madrileño, pasando de unos 20 000 habitantes en la década de 1560 hasta alcanzar casi los 90 000 en 1600.
Cifras que aunque no son del todo exactas (recordemos que se contabilizaba la población por vecinos, es decir, por cabezas de familia, en lugar de habitantes), sí nos ayudan a hacernos una idea de cómo aumentó la urbe tal y como lo demuestran curiosos detalles como el aposento de regalía. O lo que es lo mismo un nuevo tributo urbano según el cual los vecinos de la ciudad habían de sufragar el alojamiento del funcionariado cediendo parte de su casa o bien pagar una cifra equivalente al Estado.
Esto, como quizás algún lector ya ha deducido, dio origen a las famosas casas a la malicia, que no dejan de ser un ejemplo de la picaresca llevado a la arquitectura, haciendo que una vivienda aparentase tener una o dos plantas cuando en realidad tenía el doble en su interior.