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Foto 10. Estatua de Goya frente a Notre Dame de BurdeosEs vagamente sabido, entre la historia y la leyenda popular, el destino errante del cuerpo del pintor Francisco de Goya y Lucientes. A nosotros nos ha parecido útil revisitar el peregrinaje póstumo del pintor aragonés por muchas razones: relativiza la muerte, entronca la mirada de un artista con su impacto en la sociedad posterior y nos revela en hechos la esencia misma del alma humana, con todas sus contradicciones. Precisamente el tema central de su obra. Después de años madurando estas ideas, hemos pensado que una película es el medio más poderoso para abarcar la muerte del pintor. Para ello hemos realizado una investigación ambiciosa para llegar al final del misterio: la desaparición de la cabeza de Goya. Precisamente el tema central de nuestra película, titulada Oscuro y Lucientes. Avanzamos, de entre todos los temas que en ella trataremos, la polémica sobre el retorno del cuerpo del pintor a España desde Francia.

Goya decidió pasar los últimos años de su vida en Burdeos. Los disidentes políticos afrancesados, creían en la restauración napoleónica como única salida para una España progresista; eran afines a José Bonaparte y, tras la liberación de Fernando VII por los Cien Mil Hijos de San Luis, huyeron a Francia, y muchos a Burdeos. Después de cuatro años exiliado, cuentan que Goya sufrió una caída en las escaleras de su residencia de Fosses D’Intendance n.º 39, que le dejó encamado por trece días. Tras esta agonía, murió a las dos de la madrugada del 16 de abril de 1828 rodeado de amigos exiliados (Antonio de Brugada, Pío de Molina), de su familia oficial (su nieto Mariano y su nuera Gumersinda Goicoechea) y de la oficiosa (su amante Leocadia Weiss y sus hijos Guillermo y Rosario). Tras un día de velatorio, el cuerpo recibió un funeral en la iglesia de Notre-Dame de Burdeos, y la misma mañana del día 17 fue enterrado en el cementerio de la Chartreuse, dentro del mausoleo de la familia Muguiro e Iribarren, ya ocupado por su consuegro Miguel Martín de Goicoechea. Su hijo Javier de Goya, llegó a Burdeos unos días después. Se preocupó en despojar a Leocadia y a sus hijos de cualquier bien de su padre, antes que plantearse repatriar su cuerpo. Tras la vuelta a España de Leocadia con la amnistía a los liberales de 1833, nadie quedó en Burdeos que llorara la tumba prestada del pintor.

Tras cuarenta años en el olvido, en 1869, bajo el Gobierno liberal-progresista del general Prim, hubo un primer intento de reclamar el cadáver. La iniciativa partió del consulado español pero resultó fallida por no haberse cumplido 50 años del entierro de Goya, fórmula precisa para casos semejantes Mientras en Francia, Laurent Matheron publicaba su primera biografía y Charles Yriarte hacía lo propio con un estudio crítico sobre su obra, toda España había parecido olvidar al artista. Ya en 1863, E. Velaz de Medrano se lamentaba en una carta al diario La España, del agravio que suponía mantener el cuerpo de Goya en Francia. Desde Zaragoza llegaron los reclamos de la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País en 1867. El clima creado confluye hacia el acuerdo del Consejo de Ministros sobre el traslado de los restos de Goya en 1884, con Manuel Silvela como consejero de Instrucción y, posteriormente, como embajador de España en París. El anuncio levantó cierta movilización en el mundo de la cultura que se acrecentó con los años, como demuestra el reclamo del conde de Viñaza en 1887, para que el enterramiento se practicara en la basílica del Pilar de Zaragoza. Tras el acuerdo, se decide la construcción de un panteón de hombres ilustres en el cementerio madrileño de San Isidro, a cargo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Panteón que esperó años vacío los cuerpos de los personajes célebres de la cultura española muertos en el exilio. Una de las tumbas estaba destinada a Goya.

Manuel Silvela fue el político que movió los hilos en altas instancias para repatriar el cuerpo del pintor. Ocupó cargos de ministro, consejero y senador en los Gobiernos de Práxedes Mateo Sagasta. Es hijo de Francisco Agustín Silvela, quien fue amigo personal de Goya, y se encontró con él en Burdeos en los últimos años de su vida. Está claro que esta amistad fue el motivo de comenzar el trámite, desde la influencia de Silvela en el Gobierno. Pero la detonación vino por parte del cónsul español en Burdeos entonces, don Joaquín Pereyra, quien se implicó de manera personal en la repatriación de los restos de Goya tras el hallazgo de su tumba ruinosa en el cementerio de la Chartreuse en 1880.

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