En plena Primera Guerra Mundial, hace justo cien años, un grupo de alemanes derrotados en su lejana colonia de Camerún fueron acogidos, por orden del Gobierno español, en distintas ciudades españolas. Muchos de los denominados «internados alemanes» permanecieron en Madrid, Alcalá de Henares y Aranjuez hasta el final de la guerra. La vida de estos alemanes transcurrió plagada de anécdotas e incidentes: agresiones, exhibiciones nudistas, desórdenes públicos, denuncias e, incluso, una fuga de prisioneros. Estos peculiares huéspedes despertaron curiosidad y recelo entre los madrileños, siempre protegidos por la neutralidad española.
La Primera Guerra Mundial está asociada, en el imaginario popular, al infierno y miseria de la guerra de trincheras. Si bien es verdad que las principales y más duras batallas se libraban en las trincheras del Viejo Continente también se combatió en las colonias. Las posesiones ultramarinas de Alemania fueron atacadas por los aliados y uno de sus principales escenarios fue la guerra en el protectorado alemán de Camerún (Kamerun). La escasa guarnición alemana del Camerún fue derrotada por las tropas aliadas al cabo de casi dos años de campaña pero no cayó prisionera. Las tropas alemanas derrotadas, junto a todos los integrantes de la administración colonial (militares, políticos y civiles) iniciaron una larga travesía, a través de la selva ecuatorial, huyendo de las tropas franco-británicas. Los alemanes, junto a miles de soldados nativos (askaris), dirigidos por el comandante Zimmermann decidieron internarse en el territorio neutral de la Guinea Española.
El Gobierno español, presidido por el liberal Romanones, decidió con alarma y nerviosismo acoger a estos refugiados de guerra. Primero se habilitaron unos improvisados terrenos en Bata (Muni español), para luego trasladar a los alemanes y parte de sus tropas coloniales a campos de internamiento en la isla de Fernando Poo. Las autoridades aliadas no se fiaban de este contingente alemán, en teoría desarmado, y, en consecuencia, presionaron al Gobierno español para su traslado. El conde de Romanones preparó un dispositivo de transporte de los alemanes (solo los europeos) para alojarlos en distintas ciudades españolas hasta que finalizase la guerra. Aproximadamente fueron un poco más de 800 alemanes los que iban a ser trasladados desde las sofocantes tierras africanas hasta las ciudades españolas de acogida. En un principio se eligieron tres grandes ciudades para acoger a los alemanes: Alcalá de Henares, Zaragoza y Pamplona por la sencilla razón de ser ciudades interiores, bien custodiadas y alejadas de las costas que pudieran tentar una posible fuga. Poco más tarde se sumaron otras ciudades de acogida como Teruel, Valladolid o Aranjuez, o la misma capital, Madrid, pero con contingentes alemanes mucho menores.
Los alemanes del Camerún (o Cameron) desembarcaron en Cádiz y, rápidamente, tomaron distintos trenes que los conducirían a Madrid donde serían distribuidos a las otras ciudades. El cinco de mayo de 1916 llegó a Madrid un primer tren con 124 pasajeros de primera clase, 209 en segunda clase y 69 en tercera clase bajo la dirección de Haedicke. Posteriormente llegó un segundo tren con el resto de expedicionarios, hasta 800, mandados por el teniente coronel Zimmermann, jefe de la fuerza militar en Camerún.
La prensa española, ávida de noticias provenientes de la guerra, dispensó una gran cobertura informativa de la llegada de los alemanes del Camerún a España. A pesar de las divisiones de opiniones entre germanófilos y aliadófilos, según el apoyo a uno u otro bando en guerra, los periodistas cubrieron con entusiasmo la noticia de la llegada de los alemanes.