En el Madrid del siglo xix, en su segunda mitad, la princesa rusa Sofía Troubetzkoy, injustamente olvidada, tuvo un relevante protagonismo como líder de la aristocracia femenina madrileña. Su primer esposo fue Charles Auguste, duque de Morny, quien falleció en 1865. En segunda nupcias contrajo matrimonio, en 1868, con don José Osorio y Silva, marqués de Alcañices y duque de Sesto. Aunque a Sofía oficialmente se la consideraba como hija del príncipe Sergio Troubetzkoy y de Catalina Petrovna Moussine-Pushkine, su padre fue el zar Nicolás I.
La escasez de fuentes bibliográficas sobre esta princesa, culta y hermosa, ha motivado que su historia haya sido apenas conocida, hasta la publicación por Espasa Calpe, en 1990, de una espléndida biografía, cuya autoría corresponde a Ana de Sagrera, de 439 páginas. Hasta la publicación de su libro la información sobre esta princesa era prácticamente nula. En todo caso, se publicó algún artículo, como el aparecido en el diario ABC de Sevilla, de 21 de diciembre de 1949, por Federico Oliván que denominó: «Mujeres del Segundo Imperio–Sofía Troubetzkoy», donde aporta una breve reportaje sobre la princesa. El prólogo del libro de Sagrera, redactado por Gonzalo Anes, que fue director de la Real Academia de la Historia , nos ilustra cómo se fraguó la redacción del libro. La autora fue bien aconsejada por Melchor Fernández Almagro, quien insistió en que Ana escribiera la biografía de la princesa, después de que Fernández quedara gratamente impresionado por la publicación de La reina Mercedes, otra biografía de Sagrera. Anes realiza en su prólogo un recorrido por la obra, en el que destaca otros libros de la autora, como los relativos a La duquesa de Madrid (última reina de los carlistas), publicado en 1969, y a don Miguel Primo de Rivera (el hombre, el soldado y el político), publicado en 1973.
Sofía nació en San Petesburgo en el año 1838. Sus padres fueron el príncipe Sergio Vassilievich y Catalina Petrovna Moussine-Pouschkine, emparentada con el prestigioso poeta y célebre escritor ruso Aleksander Pushkin. En su época se extendió el comentario por las diversas cortes europeas que Sofía era hija natural del zar Nicolás I, quien fue el que impulsó a que Catalina contrajera matrimonio con el príncipe Sergio, cuando la princesa estaba ya en estado de gestación. La ruptura del matrimonio de Sergio y Catalina motivó que esta y su hija se trasladaran a París y en 1846 retornaran a San Petesburgo, siendo acogida amablemente Sofía por la zarina, quien facilitó su ingreso en el Instituto de Santa Catalina de Smolny; Ana de Sagrera describe cómo la tía de Sofía, María Vassilievna, optó por que su sobrina pasara de Smolny a ser aspirante en el palacio de invierno a «Demoiselle d’Honner» de la emperatriz. El máximo logro de esas damas de palacio era la consecución del «zafiro de la emperatriz», Sagrera manifiesta cómo debido a la forma de ser de Sofía estaba lejos de ser premiada con ese galardón por su carácter independiente.
Cuando murió el zar Nicolás I en 1855 Sofía lloró desconsoladamente su ausencia y siempre tuvo hacia él el mejor recuerdo. La posición de Sofía en la corte experimentó una variación al acceder al trono el zar Alejandro II. Ya no tenía la princesa la influencia y la simpatía de las que gozó con Nicolás I. La nueva zarina se rodeó de su grupo de damas. A Sofía el futuro que le aguardaba no era nada halagüeño, ya que en su contra estaba el hecho de que careciera de dote, que sus padres se hubieran separado y que no tuviera una vivienda. Los posibles pretendientes que se la presentaban para desposarse no eran de su agrado.
Fue en la coronación del zar Alejandro II cuando el destino de Sofía iba a experimentar un cambio al conocer al embajador enviado por Napoleón III a la solemne ceremonia que era Charles Auguste de Morny, hermano de madre del emperador galo, hijo de la relación extramatrimonial que mantuvo la reina Hortensia de Holanda con el general Carlos Augusto, conde de Flahaut. El conde de Morny era una de las personalidades más prestigiosas del II Imperio y Napoleón III le mandó como emisario suyo. Morny quedó prendado de la belleza y elegancia de Sofía y ambos entablaron relaciones que culminarían en sus esponsales, celebrados el 19 de enero de 1857. El obsequio de la zarina a la novia fue espectacular, consistente en dos joyas de incalculable valor y originalidad en su diseño: un collar con cinco ramificaciones de hermosas perlas y unos bellos pendientes de esmeraldas.
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