En un país como España –de tradición monárquica– y en Madrid –su corte desde mediados del siglo xvi–, parece que recuperar la memoria de los actos protocolarios y multitudinarios de las coronaciones, proclamaciones y juramentos reales tiene su encanto. Todo ello sin obviar las etapas más recientes: las efímeras alegrías de la España republicana, el rígido régimen autoritario franquista y la actual etapa democrática de monarquía parlamentaria. A la evocación de los momentos de partida de sus nuevos líderes nos dedicamos en este artículo de forzada síntesis, ya que el ámbito al que nos referimos es nada menos que la historia de España.
Ya hemos venido desgranando en diversos artículos de Madrid Histórico las ocasiones en que el pueblo madrileño se congregaba en espacios de nuestra ciudad para celebrar los más variados eventos: «A esperar a los Reyes», broma grotesca para inocentes aguadores que deseaban ser los primeros en recibir a los Magos de Oriente (n.º 55), «El entierro de la sardina», esperpento jocoso de cierre de los carnavales (n.º 56), «El Corpus Christi», festejo religioso con elementos populares algo escandalosos para los más devotos (n.º 57), «Las verbenas veraniegas», fiestas en que a la celebración del santo se añade la alegría desbordante del vecindario (n.º 58), «Las ferias de Madrid», en las que los festejos corren parejos con el mercadeo y la búsqueda de gangas oportunistas (n.º 60) o «La bula de la Santa Cruzada», credencial para la liberación de lugares y salvación de almas (n.º 61). Todos ellos, y otros que seguirán, muestran la predisposición del pueblo madrileño para aprovechar cualquier oportunidad para no perderse detalle y pasárselo en grande.
Toca ahora incorporar a la nómina de eventos singulares, con el vecindario como protagonista, las muy lejanas coronaciones regias y las más cercanas proclamaciones reales, actos vinculados bien al ostentoso escenario de un trono en un solemne templo, o bien a unos tablados elevados en los espacios urbanos más significativos, todo ello para hacer llegar al pueblo la llegada de un nuevo monarca, tras unos días de luto por la muerte del anterior rey difunto. Los días de pompa funeraria, con sobrecargados catafalcos, que pronto se desmontaban, daban paso al jolgorio por el estreno de un nuevo titular de la Corona, de imprevisible trayectoria.
Podrás leer el artículo completo en en el Número 67 en la Revista Madrid Histórico.