Adolfo Rivadeneyra nació en Valparaíso, Chile, el 10 de abril de 1841. A los siete años volvió a Madrid, que podemos decir que fue su residencia habitual, pero su vida estuvo marcada desde el principio por el viaje y, sobre todo, por Oriente, del que se convirtió en un gran especialista y uno de los pioneros españoles de una ciencia que nacía por entonces: el orientalismo.
Para entender a la persona hay que entender sus orígenes, y para eso es fundamental hablar de su padre, Manuel Rivadeneyra, al que volveremos también a mencionar en el final de este artículo, cuando hablemos del panteón en el que reposaban sus restos, los de toda la familia. Manuel Rivadeneyra (nació en Barcelona en 1805 y murió en Madrid en 1872) fue un gran editor que aprendió y modernizó el oficio en nuestro país, y llegó a construir una gran empresa editorial, cuya sede principal sigue existiendo en la cuesta de San Vicente, enfrente de Palacio. Su gran aportación para las letras hispanas fue sin duda la Biblioteca de autores españoles.
La Biblioteca de autores españoles, desde la formación del lenguaje a nuestros días (en adelante BAE) es una obra editorial e historiográfica que ofrece al público la edición de las grandes obras literarias españolas de su historia, unas más conocidas y otras menos, introducidas y anotadas por los mayores especialistas del autor estudiado o de la época. Se vendía por suscripción y por tomos, y era el intento español de llevar a cabo una de las grandes ediciones que se realizaban desde hacía tiempo en otros países europeos (el Diccionario biográfico español, llevado a cabo por la Real Academia de la Historia hace solo unos años, es otro ejemplo de lo tardío de estas actuaciones en nuestro país).
Para conseguir llevar a cabo tan magno proyecto, Manuel Rivadeneyra marchó a América, a Chile, pensando sobre todo en reunir los fondos necesarios para llevarlo a cabo. Allí fundó editoriales o compró el periódico El Mercurio, y volvió pasados unos años, casado, con un hijo, y con lo necesario para impulsar su sueño editorial, que pasó sin embargo por importantes dificultades a lo largo de todo su recorrido y que pudieron causar la ruina del editor. Pero se llevó a cabo, hasta el tomo lxxi en una primera etapa, después continuada con la mediación de Menéndez Pelayo, y es sin duda uno de los grandes hitos de la historia de la literatura hispánica.
Esta es la razón por la que Adolfo Rivadeneyra nació en Valparaíso, aunque a los siete años volvió la familia a España. La visión del padre sobre la educación del hijo daba mucha importancia a los idiomas, y además aprendidos in situ, método que nuestro protagonista pasado el tiempo discutiría sobre su idoneidad. Conocemos el paso de Adolfo por la Escuela de Vergara, por Bélgica y por París, donde inició estudios de ingeniería. Pero su vocación estaba en Oriente, y eso le llevó a solicitar un puesto en la carrera consular, que dirigió a la reina en diciembre de 1863. Fue inmediatamente admitido y marchó a Beirut como «joven de Lenguas», interesante figura formativa de la diplomacia española decimonónica.
Seguir su carrera diplomática significa no solo recorrer una vida intensa dedicada al trabajo y a la cultura, es también hacer un seguimiento de la caótica vida política española del siglo xix, en la que se desenvolvió y le tocó trabajar, y que truncó sin duda proyectos ambiciosos que pretendían poner a España al nivel europeo en muchos ámbitos, en lo social, en lo económico y en lo cultural.
Podrás leer el artículo completo en el Número 68 de Madrid Histórico.