Difícil tarea la de resumir en estas pocas páginas la intensa vida de don Enrique de Aguilera y Gamboa, quien llegaría a ser el XVII marqués de Cerralbo, noble castellano de cuna, con varios títulos nobiliarios y grandezas de España, que nació en Madrid el 8 de julio de 1845 y murió en la capital el 27 de agosto de 1922. Para un seguimiento cronológico en este trabajo, se ha partido, principalmente, del libro El marqués de Cerralbo. Una vida entre el carlismo y la arqueología, editado por La Ergástula en 2015.
Enrique de Aguilera, desde su juventud, exteriorizó su afición por las colecciones y por el tradicionalismo. De hecho, en uno de sus preparados discursos, dijo que él «pertenecía a la familia tradicionalista, en la que nací, en la que vivo y en la que moriré para mi gloria, mi consuelo, mi esperanza y mi salvación».
En los sesenta, siendo alumno de la Universidad Central de Madrid, compartió aula con Francisco Martín Melgar, futuro conde de Melgar, así como con Juan Catalina García, ambos con ideas tradicionalista. Entre sus compañeros también estaba Antonio del Valle Serrano, futuro marqués de Villahuerta e hijo de la viuda Manuela Inocencia Serrano. Y fue precisamente la madre de Antonio, el 25 de agosto de 1871, la que pasaría a ser la esposa de Enrique de Aguilera.
En julio de 1867, Enrique heredó el título de conde de Villalobos por el fallecimiento de su padre Francisco de Asís de Aguilera. Y en 1875, al fallecer su abuelo José de Aguilera y por ser el nieto barón de mayor edad, heredó el título de marqués de Cerralbo (siendo el número XVII), además de otros títulos y grandezas de España.
Enrique de Aguilera se afilió al partido carlista en 1869, justo al año de haberse producido la revolución Gloriosa. En 1871, con distintos cambios políticos en el país, con las elecciones generales convocadas por el general Serrano, se presentó como tradicionalista por Ciudad Rodrigo, sin éxito. Pero en abril de 1872 volvió a repetir en las elecciones convocadas por Sagasta, ahora por Ledesma, logrando ser elegido. Aunque ejerció pocos días como diputado, ya que, al haber declarado don Carlos (Carlos VII para los carlistas) la que sería última guerra carlista (1872-1876), los carlistas se retiraron del Congreso.
Una vez acabada la contienda, el partido carlista, fue cambiando paulatinamente, gracias a las intervenciones del marqués de Cerralbo, desde 1885 senador por derecho propio, desde donde defendía el tradicionalismo. Sus aportaciones fueron aumentando tras concederle su representación el pretendiente don Carlos desde Venecia, en 1890. Cerralbo desde su jefatura, y aconsejado por tradicionalistas de abolengo, impulsó al partido a aglutinar a todos los carlistas bajo la bandera de unos ideales modernos, pero «de siempre», para que, de esta manera, todos se vieran de nuevo enardecidos por la tríada de «Dios, patria, rey» y así pudieran alardear finalmente de ser tradicionalistas, como lo habían hecho toda su vida.
De esta forma, el marqués de Cerralbo utilizó su tiempo y su dinero en tratar de que el carlismo fuera más importante. Hizo viajes de propaganda por distintas regiones, con distinto resultado. Ante la escisión nocedalista-integrista que estaba viviendo el partido, incrementó su empeño en la creación del periódico tradicionalista El Correo Español, con el que colaboró tanto con escritos como aportando liquidez en distintos momentos.
Podras leer el artículo completo en el Número 69 de Madrid Histórico