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En este fascinante dosier, gracias al estudio de la primigenia ordenación legislativa de Madrid, nos adentraremos en las preocupaciones y quehaceres diarios de los habitantes de la villa de Madrid. Nos revelarán sus gustos, sus diversiones, sus vicios, sus pecados y también sus virtudes. Conoceremos a sus primeros pobladores y sus primitivos asentamientos a lo largo de la prehistoria y de la protohistoria. La historia de un Madrid no solo hecha de reyes y nobles sino también del pueblo llano.

Orígenes de Madrid es un recorrido a lo largo de la historia de la ciudad que tendrá como punto de partida ese paisaje primigenio de un Madrid lejos de poder verse ni tocarse, ni siquiera aún de poder llamarse así y finalizará en el Madrid de los Reyes Católicos, en los albores del Madrid de los Austrias, ese que todos conocemos y que actualmente podemos recorrer y, entretejiendo toda su historia, los documentos y ordenamientos que fueron surgiendo para su desarrollo y su buen gobierno. Esta es la historia viva de una ciudad en la que no se escriben las últimas palabras acerca de su crónica, ni mucho menos; cualquier nuevo vestigio arqueológico o documental puede enriquecer de nuevo el panorama del pasado madrileño e incluso modificarlo y aportar nuevos enfoques en la reconstrucción de su pasado. Esa es la riqueza del patrimonio madrileño aún por estudiar.

Ramón Gómez de la Serna, en su Elucidiario de Madrid decía que: «El primer deber del cronista de Madrid es remontarse hasta por lo menos setenta siglos y revolver en el yacimiento paleolítico Paleolítico de San Isidro» y ahí es donde comenzará esta obra. El lector encontrará en él un Madrid desconocido, enterrado bajo una gruesa capa de tierra que el tiempo ha ido depositando a lo largo de los siglos hasta ocultar que alguna vez existió. Quiso la fortuna que en el siglo xix surgieran varios hallazgos de restos fósiles y de industria lítica en los areneros del cerro de San Isidro, y su descubridor, el precursor de los estudios de los depósitos cuaternarios del Manzanares, el ingeniero de minas Casiano de Prado, comenzara a estudiarlos. Él fue quien abrió un fecundo período de investigación sobre el Cuaternario madrileño que continuó en los comienzos del siglo xx con investigadores de la talla de Wernert, Pérez de Barradas, Hernández Pacheco, Obermaier y otros, reanudándose después de la Guerra Civil. La expansión de nuevos areneros impulsados por el crecimiento vertiginoso de la ciudad en la década de los años 60 del siglo pasado volvieron a provocar que afloraran nuevos yacimientos en los municipios del sur madrileño, y distritos como Getafe, Villaverde, Orcasitas, Usera, Rivas-Vaciamadrid pudieron contemplar cómo se incrementaban los nuevos hallazgos paleontológicos y arqueológicos. Ya en la década de los años 80 se intensificaron los estudios geológicos, paleontológicos y arqueológicos del Cuaternario madrileño y en la primera década del siglo actual nuevas excavaciones, esta vez provocados por las grandes obras de acondicionamiento de las principales vías de comunicación (M-30), o la apertura de nuevas estaciones del Metro en el sur madrileño, que hicieron que se estudiara bien a fondo las terrazas del Manzanares, recuperando de esta manera los complejos faunísticos e industriales más antiguos registrados en el valle del Manzanares.

Así aparecerá la visión de un espacio que nada tiene que ver con el actual, un lugar con gran abundancia de agua fértil al que acudían manadas de animales a beber y a alimentarse (elefantes, rinocerontes, hipopótamos, uros, ciervos, etc.) procurando a su vez alimento al hombre que habitaba en esa zona. El valle le administraba además materia prima con la que construir sus herramientas y sus armas. Estos primeros humanos (Homo erectus) eran nómadas, por lo que solo dejaron rastro de su paso, pero no restos humanos. Tampoco el hombre moderno Homo sapiens sapiens, que aparece en el Paleolítico superior dejó prácticamente huellas en la zona, debido al intenso frío que por entonces cubría todo el valle. Todos estos yacimientos se podrán ir descubriendo a lo largo de la lectura de este primer capítulo a través de los diversos mapas de localización de cada uno de ellos, por época y por situación, despejando cualquier duda sobre la dispersión de los hallazgos.

Pero prosigamos, porque el recorrido no ha hecho más que comenzar y nuevos yacimientos nos hablan de la ocupación de gentes «más modernas» en el valle del Manzanares. En Moratalaz, hace 9500 años, un único yacimiento de esta época lo ocupan cazadores recolectores, que habitando en cuevas y abrigos cazaban con arco animales de los que luego se alimentaban. Las orillas del Manzanares se ven de nuevo pobladas por tribus neolíticas que empujan a las gentes que ya vivían allí, y gracias a las buenas condiciones climáticas deciden quedarse y explotar las materias primas que el terreno les ofrecía. El gran protagonista de este capítulo, como han podido advertir ya, el río Manzanares, irá acogiendo en sus márgenes a través del tiempo a todos aquellos grupos humanos que llegan hasta él; y junto a las riberas de otro río, el Henares, acogerán a grupos que manejan la metalurgia del cobre, primero, y, el bronce, después. Comienzan a desarrollar profusamente actividades agrícolas y ganaderas, y construyen poblados de cierta entidad, sobre todo en el I milenio a. C., marcando la transición a la época siguiente, la Edad del Hierro, cuando la sedentarización llegó al territorio madrileño de manos de los carpetanos, y con ellos el verdadero desarrollo urbano, demográfico y económico, como lo muestra el yacimiento del cerro de La Gavia, en el distrito de Vallecas, tan solo superado por quienes les dominaron, los romanos.

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