Los comercios son historia viva de la ciudad y un testigo que permite estudiar su pasado y comprender mejor su evolución. En el presente artículo se realiza un repaso por diferentes momentos históricos y la forma en que se han reflejado en el comercio de Madrid, la implicación de tiendas y empresas en la evolución histórica de la villa y su participación como protagonistas en los grandes procesos de cambio social. Partiendo de la sociedad del Antiguo Régimen, se desarrolla cómo las revoluciones del siglo xviii cambiaron por completo nuestro concepto de tienda; cómo la evolución social y tecnológica del siglo xix se refleja en el comercio; el nacimiento de nuevos formatos comerciales en los orígenes remotos de la globalización y la participación de las tiendas de Madrid en los grandes hitos históricos del siglo xx.
El paisaje urbano cambia con el tiempo, con las sociedades, sus mentalidades, su economía o su tecnología. Si retrocediéramos algunos siglos veríamos una villa muy diferente y no solo por los cambios en la arquitectura o en el modo de vida de las gentes. Es probable que ante tal viaje en el tiempo, nos sorprendiesen las grandes diferencias entre nuestra forma de entender el comercio y la de los madrileños de ayer.
Nuestro concepto de tienda es heredero de un complejo conjunto de circunstancias y revoluciones políticas, sociales y culturales que se desarrollaron durante el siglo xix hasta dar forma a nuestra actual sociedad, con sus usos y costumbres. Detengamos nuestro particular viaje en el tiempo en el Madrid de los Austrias.
Vemos a nuestro alrededor una población bulliciosa y en crecimiento que, sin embargo, a nuestros ojos de urbanitas del siglo xxi no pasaría de ser un enorme pueblo salpicado, eso sí, por la magnificencia de las iglesias, palacios y edificios civiles y religiosos diversos que florecen al amparo de la corte.
Pero el romanticismo que podamos albergar ante el pasado idealizado en grabados o ensoñaciones épicas se esfumaría pronto en contacto con esa realidad que solo a medias se puede plasmar en los textos escritos. A nuestro alrededor veríamos desfilar a una población humilde poseedora de lo justo para vivir con modestas condiciones materiales de vida, entre la que se mezclaban pilluelos de toda laya, mendigos y vividores que formaban un crisol colorido aunque no demasiado higiénico. La minoría adinerada y la nobleza privilegiada, con sus briosos corceles, sus carrozas o sus floridos atuendos ponían el contrapunto a este cuadro, remarcando así las dramáticas diferencias sociales entre unos y otros.
En esta sociedad no regían nuestros conceptos contemporáneos de libertad de comercio. La celebración de mercados estaba sujeta a la concesión de privilegios reales que como tales no se sometían a nuestras ideas de seguridad jurídica. El privilegio se sostiene tan solo en la voluntad del rey que obra conforme a su conveniencia y puede confirmarlo o revocarlo. En cuanto a las actividades artesanales, su ejercicio no era libre, sino que, agrupadas en gremios, debían someterse a las normas gremiales: formas, calidades y precios estaban reguladas, así como la carrera profesional del artesano y el ejercicio de la profesión, vedado a quienes no cumpliesen con los criterios y ordenanzas del gremio y no superasen además las pruebas y exámenes oportunos.
Por tanto, la competencia estaba limitada y la creatividad bastante restringida. Era impensable competir en precio y un concepto tan familiar hoy en día como el de «oferta» hubiera sumido al artesano de la época en la perplejidad o lo hubiese puesto en un serio compromiso ante el resto de agremiados. Por supuesto, como no hay control perfecto, siempre quedaría algún margen al regateo o la posibilidad de ser algo flexible para cerrar la venta, aunque al precio de asumir algunos riesgos e incurrir en las iras de otros agremiados.
Hemos hablado de la humildad del grueso de la población y también de la rigidez del sistema gremial, detengámonos ahora a pensar en la tecnología. Buena parte de los objetos que tan familiares nos resultan en la actualidad son fruto de la Revolución Industrial y de las transformaciones tecnológicas que le siguieron y otra parte, si bien ya existían en el pasado, son fabricados en la actualidad con procedimientos industriales sin los cuales sería imposible alcanzar la abundancia de posesiones materiales que caracteriza nuestras vidas, por ejemplo, en prendas de vestir. La mayor parte de la población del Madrid de los Austrias poseía tan solo la ropa que llevaba puesta y el par de alpargatas que calzaba, las prendas se heredaban entre generaciones y se remendaban y zurcían tanto como era posible; estrenar ropa era un acontecimiento y tener muda una suerte de la que no todos disfrutaban.
Por si fuera poco no había luz eléctrica así que la iluminación era provista por velas y candiles. Las de cera eran un lujo así que la población se servía de velas de sebo, de luz mortecina y olor poco agradable, o de candiles de aceite, que proporcionaban mejor luz pero no mejor aroma. Así las cosas los artesanos trabajaban si era posible a la luz del sol, en la calle o en estancias bien iluminadas. Sus tiendas eran obradores y el producto se exponía siempre que era posible en la fachada o en el vestíbulo pues los interiores, mal iluminados, eran oscuros y no permitían el lucimiento del género. Poco que ver tenían con nuestra moderna idea de tienda, con sus grandes escaparates y sus expositores.
La mayor parte de los comercios proporcionaban productos de primera necesidad, con pocas concesiones al lujo, como corresponde a las necesidades de la población que hemos descrito, aunque no faltasen tampoco orfebrerías y platerías gremiales y artesanías orientadas a la minoría privilegiada. La hostelería era en general modesta, limitada a tascas y botillerías; los viajeros de paso se alojaban en posadas de aspecto humilde y lujo escaso.
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