Seguramente, los más afortunados de vosotros, habréis viajado en alguna ocasión a Londres o a París, donde habréis podido contemplar sus más admiradas joyas; sus museos y exposiciones de arte, que hacen a estas ciudades en conocidos centros de la vida cultural.
Francia y el Reino Unido cuentan en su haber con grandes museos de arte y pintura, tales como el Musée du Louvre francés, la National Gallery o la Apsley House londinenses, que albergan las más lujosas y destacadas colecciones de cuadros del continente europeo, solo comparables a nuestro Museo del Prado o nuestro Museo Reina Sofía de Madrid.
Decenas y centenares de obras de arte, especialmente cuadros de lo mejor de la pintura clásica española y europea de la era moderna, cuelgan de las paredes y los salones de algunos de los mejores museos franceses e ingleses, pero muy pocos saben que su origen no fue del todo legítimo y que tienen una turbulenta historia detrás que no se suele contar en los museos.
El origen del coleccionismo y el mecenazgo artístico de la Corona española se remonta a la casa de Austria (1516-1700) que en el Alcázar Real de Madrid patrocinó y colgó, entre los siglos xvi-xviii, obras maestras del arte universal, muchos años antes de que esa labor pasara a corresponder al actual Museo del Prado, sede de la pinacoteca y de la colección artística española desde que fuera destinada a tal fin en 1819 bajo el reinado de Fernando VII.
En primer lugar, cabría mencionar que el propio Alcázar Real, antecesor histórico y arquitectónico del actual Palacio Real de Madrid era, en sí mismo, toda una joya artística y, desde luego, el lugar idóneo para albergar la famosa colección artística de la Corona española.
El Alcázar Real de Madrid, conocido en muchas crónicas como «el Castillo de Madrid», fue una fortaleza, y sede de la corte real de la Monarquía hispana desde que en 1561 el rey Felipe II convirtiera Madrid en capital de su reino. Según los estudios de los medievalistas, la primitiva y primera fortificación original del Alcázar, la primera fortaleza musulmana, fue erigida durante el dominio musulmán de Madrid y de España por el emir Muhamad I en una fecha indeterminada en torno a los años 850 y 880, en la zona que actualmente correspondería al actual Palacio Real, la Almudena y la cuesta de la Vega, donde aún podemos contemplar restos de la vieja muralla medieval.
Posteriormente, el lugar (erigido por su privilegiada situación junto al río Manzanares y en alto para controlar todo el valle) fue evolucionando poco a poco de una primitiva fortaleza o torreón a un castillo medieval y, ya en los siglos xv-xvi, los reyes castellanos convirtieron en un alcázar real que fue residencia temporal de estos monarcas.
Fue ya a partir del siglo xvi, con los reinados de Carlos I y Felipe II cuando esta primitiva fortaleza palaciega se convirtió poco a poco en el espectacular Alcázar Real, sede del Imperio español y su monarquía hasta el siglo xviii, y lugar y momento en el que se empezó a crear la famosa colección real española.
Sabemos que ya desde finales del siglo xvi e inicios del siglo xvii, los monarcas de la casa de Austria empezaron a coleccionar y guardar en los salones del Alcázar madrileño cuadros y obras de arte de los mejores artistas de los siglos xvi, xvii y xviii, tales como Velázquez, Rubens, Tiziano, el Greco, Jan van Eyck, Tintoretto, Veronés, Ribera o el Bosco.
Según cuenta Miguel Morán Turina en su artículo para el Museo del Prado «El Alcázar Real», en el Alcázar Real de Madrid y más específicamente en la conocida como Casa del Tesoro de este palacio, ubicado en lo que actualmente sería la plaza de Oriente, se guardaron o colgaron obras míticas, tales como el Retrato de Felipe II o Carlos V en Mühlberg de Tiziano, La expulsión de los moriscos (perdido en el incendio de 1734), El triunfo de Baco o Las meninas de Velázquez, o Las tres Gracias de Rubens.
Sin embargo, el Alcázar madrileño tuvo su primera prueba de fuego, y nunca mejor dicho, en un terrible suceso que a punto estuvo de destruir nuestras grandes obras de arte, y ello sucedió cuando el Alcázar Real sufrió un terrible incendio en 1734, siendo esta la primera gran amenaza a la que se enfrentó el patrimonio artístico español antes del expolio francés.
Según César Cervera en su artículo «El misterioso incendio que destruyó el Alcázar de Madrid», el fuego fue tan devastador y sorpresivo que muchos de estos cuadros tuvieron que ser tirados a toda prisa por las ventanas del Alcázar Real por sus trabajadores, para intentar salvar el máximo número posible de cuadros.
Entre estos, grandes joyas de nuestro arte español como Las meninas de Velázquez o el famoso Carlos V en Mühlberg de Tiziano fueron salvados por fortuna, pero parece ser, según cuenta Cervera, que unos 500 cuadros perecieron pasto de las llamas, entre ellos cuadros y obras de Velázquez, Peter Paul Rubens, Tiziano, Tintoretto, Ribera, Durero, Leonardo, Brueghel, Lucas Jordán, Claudio Coello o Carreño de Miranda, y al parecer algunos tesoros histórico-artísticos de la conquista de América.
Tras su incendio y destrucción, el Alcázar Real fue sustituido, por encargo del primer representante de la casa de Borbón, Felipe V, por el actual Palacio Real de Madrid, que siguió con la obra de mecenazgo artístico de sus predecesores.
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