En 1885 España y Alemania estuvieron muy cerca de enfrentarse en una guerra abierta. El motivo hay que encontrarlo a miles de kilómetros de Europa, en un archipiélago lejano en la inmensidad del océano Pacífico: las islas Carolinas. El canciller alemán Bismarck procedió a la ocupación efectiva de las islas pero en España la reacción fue exaltada. En la capital del reino, Madrid, unos manifestantes rompieron el escudo imperial en la embajada alemana agravando la tensión hasta límites extremos.
España era una presencia vieja en las aguas del Pacífico desde los tiempos del descubrimiento de América pero ya no era la misma de los siglos imperiales y su poder había decrecido. Esta circunstancia suscitó el interés de Alemania por apoderarse de los archipiélagos españoles en el Pacífico, que incluían, aparte de Filipinas, las islas Marianas y Carolinas, la denominada Micronesia española. Estamos en los tiempos del congreso de Berlín (1884-85), en el cual se procedió a repartir África entre las distintas potencias europeas. Aunque de una manera menos precisa, el océano Pacífico, con su ingente cantidad de islas y archipiélagos, también entraba en el tiempo del reparto y el flamante II Imperio alemán se disponía a hacer valer su peso comercial y naval en la disputa. El canciller alemán Otto von Bismarck aplicó una nueva forma de imperialismo poco respetuosa con tratados, pasados o actuales, donde lo que primaba era una ocupación efectiva del territorio, es decir, una demostración de fuerza. Las islas Carolinas fueron el primer campo de experimentación de esta política colonial, ya que Bismarck pretendió ocupar las islas mediante una política de hechos consumados y envió a la isla de Yap al cañonero Iltis para tomar posesión de la misma. Los españoles estaban enterados de la tentativa alemana y enviaron una expedición integrada por los buques de transporte Manila y San Quintín que se adelantó a los alemanes. A pesar de los esfuerzos españoles por crear una colonia en las islas Carolinas (R. O. de 19 de Enero de 1885), con la consiguiente proclamación de Yap como capital de la posesión española, los alemanes aprovecharon el vacío de poder que dejaba la falta de ocupación efectiva española de las islas.
La diplomacia alemana se movió con rapidez y el 6 de agosto de 1885, el embajador alemán en Madrid, el conde Solms-Sonnewalde, declaró a través de una nota las claras intenciones del gobierno del káiser Guillermo I: «Su majestad el emperador de Alemania ha dado su autorización para que las islas Palaos, así como las Carolinas […], sean puestas, accediendo a los deseos repetidamente expresados por los súbditos alemanes, bajo el protectorado de Alemania», y lo que era más grave y atentatorio: «los buques de la Marina Imperial han recibido la orden de arbolar el pabellón alemán en las islas de que se trata en señal de toma de posesión».
La protesta española no se hizo esperar y la crisis que iba a acaecer entre el Imperio alemán y la España de la Restauración por las islas Carolinas descubrió a la población española la existencia de un Ultramar español más allá de América. Como señalaba el periodista Juan Guadalberto Gómez con clarividencia, «Ha sido necesaria la brutalidad tudesca, que por un golpe de audacia intentara poner las manos sobre aquella porción del terreno patrio, y que la opinión se levantara en España altiva y unánimemente herida, para que las gentes se pusieran a indagar dónde estaban las islas Carolinas, cuál era su historia… Si el atentado de Alemania no trae otras consecuencias que la de despertar el interés por los asuntos coloniales, la de inspirar el deseo de conocer el modelo de ser, la historia, el color, las costumbres, la naturaleza de sus posesiones transmarinas, España puede darse por satisfecha de que ese pensamiento incalificable haya encontrado cabida en el cerebro del canciller alemán».
La filípica contra Bismarck era directa aunque, con astucia y un sentido pragmático de la política, el prusiano replicaba de la siguiente manera: «España no puede, basándose en gastadas teorías sobre una remota época de descubrimientos, imponer ahora sus derechos de soberanía sobre tierras que siempre han estado abiertas al libre comercio». En resumidas cuentas, si un territorio no estaba ocupado por una potencia de forma efectiva y tangible carecía de derechos de soberanía sobre el mismo territorio sin dueño (res nullius, «cosa de nadie»). La crisis estaba servida.
En España la reacción a la ocupación alemana de la isla fue exaltada y extendida a todas las capas de la población. Pareciese como si las lejanas islas Carolinas, que momentos antes da la crisis nadie podría situar en un mapa, formasen parte integral e indisoluble del territorio español como si se tratase de una provincia más. España, tras las convulsiones políticas y sociales del periodo del Sexenio Revolucionario (1868-1874), parecía que había logrado algo de estabilidad con el reinado de Alfonso XII (desde 1885) y la inauguración del turno de partidos. En 1885 gobernaba el conservador Antonio Cánovas del Castillo mientras que Sagasta (liberal) trataba de llevar a cabo la mayor parte posible del programa revolucionario de 1868, incluido el sufragio universal.