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Nuestro artista, nacido en la región italiana de la Lombardía en 1763, trabajó en su juventud en diseños escenográficos para el teatro de La Scala de Milán, hasta recibir la oferta del gobierno español para colaborar, como pintor, en la expedición científica Malaspina. En 1791 se embarcó en La Coruña con rumbo a tierras americanas. Pintaría numerosas vistas de los puertos y ciudades más importantes que visitaron. A su retorno sigue pintando en Madrid para la publicación de la memoria de la expedición. En 1799 Carlos IV le distingue con el título de «pintor arquitecto y adornista de la Real Cámara». Al año siguiente se desposa, tiene una hija y pronto enviuda.

Por esas fechas proyecta una gran portada, como arco triunfal, para la exaltación del cardenal Luis María de Borbón como prelado toledano, aunque el precio le parece excesivo a los canónigos que terminan adjudicándolo a Francisco de Goya por la mitad del precio presupuestado por Brambilla. Pese a su enojo, continúa trabajando en España y tras la guerra vuelve a ser pintor de Cámara, ahora con Fernando VII.

También es importante su papel en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Pero lo que hoy lo trae a nuestras páginas es el encargo real que recibe en 1821 de pintar una serie de vistas de los Reales Sitios y Madrid, destinados a decorar los palacios y su traslado a la litografía (en 1832) para favorecer esta disciplina en nuestro país y dar a conocer la grandeza de su patrimonio. Ese mismo año dicta testamento y muere dos años después.

Por su interés, reproducimos el Prospecto que redactaron los impulsores del proyecto a fin de lograr suscripciones para la obra.

«Cuánto agrade a nuestros sentidos ver representados en estampas los sitios pintorescos a que la naturaleza y el arte han dado celebridad, nadie lo desconoce, porque tanto el hombre rústico como el de fina educación gustan de satisfacer su curiosidad, proporcionando al mismo tiempo al ánimo aquel inocente recreo que le sirve de reposo para ocuparle después en los afanes y cuidados de la vida; pero siempre será mayor el deleite que reciben las personas cultas cuando han visto y frecuentado aquellos mismos sitios que miran reproducidos, porque excitan en su corazón el recuerdo de los placeres que disfrutaron en ellos, y que debieron a la amistad o al amor puro. Convencidas de esto mismo en otras naciones civilizadas, muchas personas sabias se han ocupado y ocupan incesantemente en sacar vistas de sus capitales y sitios de recreo, extendiéndolas por toda Europa con ostentación de lo que la naturaleza les ha concedido, y su industria y cultivo ha perfeccionado. Vemos continuamente de París, Viena, Londres, Roma y otras muchas capitales, las vistas de sus palacios, de sus jardines, de sus fuentes y de sus parques, siéndonos estas curiosidades mucho menos desconocidas que las que tenemos en España, no obstante que en punto de vista risueña, o por su aspecto grave, influyendo en ello el hermoso cielo de que gozamos, el terreno ya llano, ya quebrado, las encumbradas y dilatadas montañas, de todo lo cual penden dar suficiente idea las vistas que vamos a publicar. Mucho ha hablado la fama a nacionales y a extranjeros de los Sitios Reales donde han solido nuestros Soberanos pasar temporadas para alejarse del bullicio de la Capital, entregarse con más intención al cuidado de los negocios, y dar en seguida algún descanso al ánimo fatigado. Son a la verdad por todos conceptos muy dignos de la atención del curioso y del viajero, y en particular por la variedad que en ellos se observa, y que imprime en cada uno un carácter notable y capaz de excitar la admiración».

Finaliza el Prospecto con la referencia explícita a Madrid, en la cual no ha sido la naturaleza tan pródiga como en los otros sitios, presenta sin embargo en los soberbios edificios del Real Palacio y del Real Museo, en los jardines del Buen Retiro con su espacioso estanque, en las orillas del Manzanares y en las hermosas montañas de Guadarrama que a lo lejos la rodean, puntos de vista muy interesantes. En todos estos lugares se disfrutan hermosas perspectivas donde el arte, imitando, vence a la naturaleza: materia digna del ingenio y del pincel de los artistas.

Por este motivo nuestro difunto rey el Sr. D. Fernando VII (Q. E. E. G.) se sirvió mandar a su pintor de Cámara D. Fernando Brambilla, bien conocido por su talento para elegir los puntos de vista que ofrecen mayor interés y para trasladarlos al lienzo, que los copiase del natural en diferentes cuadros para adornar con ellos varios gabinetes de sus Reales Palacios; y a fin de fomentar asimismo la litografía, y de proporcionar a sus súbditos el deleite racional de contemplarlos, tuvo a bien igualmente disponer que se litografiasen formando una colección que, en su línea, pueda compararse con las mejores que se han publicado.

La colección, en lo relativo a Madrid, incluye trece láminas, las doce primeras fueron dibujadas por Brambilla; tras su fallecimiento, la última anunciada, otra Rotonda del Real Museo, fue dibujada por su compatriota Pedro Kuntz y Valentini. La dirección del proyecto litográfico se encomendó a José de Madrazo y Agudo, pintor y grabador que sería director del Museo del Prado durante casi veinte años. El trabajo de litografía de las estampas madrileñas dibujadas por Brambilla corrió a cargo del pintor, litógrafo y diseñador francés Léon Auguste Asselineau, que permanecería algunos años más en nuestra tierra antes de regresar a su país, y del pintor y litógrafo polaco Andreas Pic de Leopold, que se mantuvo en nuestro país hasta su fallecimiento, colaborando con diversos establecimientos litográficos madrileños.

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