En el mundo medieval el ejercicio de la caridad era la vía de subvenir las necesidades de atención a pobres, huérfanos, enfermos y peregrinos. Había alberguería donde se acogía a necesitados y enfermos. Inicialmente estaban constituidos en el interior de los conventos, y allí se intentaba socorrerles en su indigencia. Después se construyeron unos albergues anejos a monasterios, conventos e iglesias que recibieron el nombre de hospitales, porque se daba a los allí acogidos un trato de huésped.
El tratamiento se realizaba en dos vías simultáneas. Por una parte se les administraban medicinas de origen vegetal, que eran las utilizadas para las tisanas, ungüentos y emplastes. Por ello, anejo al hospital había siempre un huerto especializado en la producción de plantas medicinales. Por otra parte la atención religiosa obligaba a tener una capilla donde pudieran oír misa los acogidos al establecimiento y una virgen de una advocación relacionada con la salud, con el fin de que mediante la oración se impetrase la obtención de ayuda providencial como remedio para sus enfermedades.
La impronta social de estas instituciones fue muy importante. El camino de Santiago fue posible, entre otras cosas, porque la seguridad y el apoyo de los peregrinos estaban asegurados por un rosario de hospitales que jalonaban el camino. A título de simple mención, se puede recordar que en Nájera (La Rioja), entonces capital del Reino de Navarra, había seis hospitales, y en Astorga (León) llegó a haber veintiséis. Hay mucha literatura sobre este tema, por lo que no merece la pena dedicarle aquí más atención.
Más tarde se fueron desarrollando, sobre todo en las ciudades, hospitales que no eran propiedad de la Iglesia, promovidos por cofradías, nobles o grupos sociales. Podían tener forma de cruz griega o latina, con aprovechamiento del espacio de la encrucijada para celebrar actos religiosos. Eran más espaciosos, con un área destinada a maniobras médicas-quirúrgicas, donde se empleaban principalmente los torniquetes y enemas, y más tarde las sangrías.
En cualquier caso, en la fachada de un hospital, eclesiástico o no, había una pequeña imagen de la Virgen colocada en una pequeña hornacina en el dintel de la puerta de entrada, que con algún detalle de su decoración indicaba a los analfabetos transeúntes que allí podían buscar atención sanitaria.
Pero además, en el interior del hospital había una buena talla de una Virgen, que mostraba en los motivos de su decoración que era una Virgen proclive a otorgar remedios en la enfermedad, por lo que en los motivos de su decoración se veían detalles muy sugerentes al respecto, como conocidas plantas medicinales. Eran muy adecuadas para sugerir oraciones de sanación, que se aunaban con los remedios que los médicos y enfermeros administraban en el hospital. Son las llamadas «Vírgenes hospitalarias», y de ellas vamos a ocuparnos a continuación.
En un enclave de tamaño medio como era la villa del Madrid del final de la Edad Media, había cinco hospitales no religiosos: el de San Lázaro, el del Campo del Rey, el Real de la Corte, Santa Catalina de los Donados y el de La Latina. Pero apenas si hay registro de los primeros pequeños hospitales conventuales.
Desde el principio hubo en Madrid un apreciable interés por la actividad hospitalaria. En el Madrid antiguo había dos iglesias, la de Santa María y el entonces santuario de Atocha. Cuando el Madrid posromano mudéjar se rindió a los árabes, fue pactado que a la población cristiana se le permitía el uso de Santa María y de Atocha.