Resumir cien años de historia de una empresa tan madrileña y tan española en unas cuantas páginas para este dosier es tarea bien compleja; pero el comentarista intentará hacer una semblanza curiosa, casi cronológica, de aquella gran empresa de cervezas castiza y matritense como la que más, cuya sociedad mercantil enraizada en el distrito de Arganzuela supo extenderse por toda España.
En un período tan dilatado de cien años, puede suponer el amable lector que S.A. El Águila conoció, sufrió y superó, al unísono con la sociedad española en general, distintos períodos de crecimiento, expansión y decaimiento. Entre estos, la tristeza de sufrir una guerra civil como miles de empresas más; pero de aquellos lodos supo sentar sus bases, aunque fueran de barro, para hacerse una cervecera guiada casi en sentido ministerial por todo el territorio de nuestra nación.
Afortunadamente, su historia industrial, financiera y social ha provocado suficientes estudios e investigaciones como para elaborar un dosier conforme al que aquí presento a los lectores de Madrid Histórico. Si bien otras fábricas de la misma marca hubo por distintas capitales o ciudades españolas, aunque fueron cayendo poco a poco bajo la piqueta de la especulación, es de agradecer que la matriz madrileña siga monumentalmente en pie como mudo testimonio de nuestra industria cervecera, hoy convertida en Archivo y Biblioteca Regional de la Comunidad de Madrid.
Por suerte, sobre la marca que traigo a estas páginas existen variados y numerosos estudios de expertos historiadores, economistas y sociólogos que han tenido la virtud de dividir en varios períodos el nacimiento y desarrollo —o el ocaso— de esta sociedad mercantil. Material gráfico también hay suficiente, siendo como cabe comprender más interesantes las antiguas fotos. No hay, por ejemplo, si comparamos con países europeos más avanzados que nosotros, un merecido Museo Nacional de la Cerveza. Y lo digo con toda razón pues en ella me amparo tras estudiar numerosas empresas que hubo en España, donde tanto trabajo ofrecieron, con multitud de oficios que precisaban para llenar un simple botellín de cerveza. No hay —repito— un organismo estatal donde recordar, al menos, las fábricas o marcas más importantes ya desaparecidas de nuestra nación.
A mediados del siglo xix, los desastres coloniales para España y el retraso industrial en nuestra península posibilitaron la repatriación de capitales residuales en Cuba, Puerto Rico o Filipinas. Con estos se podía mejorar nuestro panorama empresarial y fueron numerosos los españoles decididos a emprender, junto a la nueva tecnología de mover las máquinas mediante vapor comprimido, la apertura de una novedosa actividad: fabricar cerveza.
Afortunadamente en el tema que nos interesa, por cuanto se refiere a S.A. El Águila, hay suficiente información técnica e histórica si nos referimos a Madrid. E incluso más, ampliaremos algunos breves detalles, de esta sociedad mercantil que llegó a establecerse por toda España. Los anales de su fundación hacen referencia al 9 de mayo de 1900, miércoles, mediante aportación de dos millones de pesetas. Figura don Augusto Comas y Blanco como iniciador; valenciano de nacimiento, de finales de 1862 e hijo de un letrado catalán, don Augusto Comas y Arqués, cuya familia se trasladó a Madrid cuando él contaba tan sólo tres años de edad.
Para este proyecto se adquirió un solar a pleno campo existente entre las estaciones ferroviarias de Atocha y Delicias, cuya extensión era de 95 000 pies cuadrados. Disponían de sus propias vías para conectar a la red del transporte por ferrocarril, actual barrio de Arganzuela, donde se asentaron igualmente muchas familias de empleados y obreros con trabajo seguro en la referida cervecera.
En su construcción se eligió un tipo de arquitectura industrial al mejor estilo neomudéjar, muy de moda en los inicios del siglo xx. Este tipo de edificios estaban marcados por una fuerte influencia respecto a una fábrica-monumento que se ubicaba en una zona del ensanche madrileño, mezclada con otras actividades propias, más urbanas, de nuestra capital. Tal y como se puede comprobar hoy día, el material que se utilizó con preferencia fue el ladrillo, mediante el cual se quería expresar la potencia de la empresa propietaria, muy del gusto en aquellos tiempos de los arquitectos e ingenieros alemanes, y significar el carácter de un edificio no perecedero.
El conjunto de las instalaciones ocupó inicialmente una superficie de casi 9 000 metros cuadrados. Para la construcción se precisaron veintiuna toneladas de chapa galvanizada en sus cubiertas, veinticinco toneladas de armaduras de hierro para levantar edificios anexos y salas de calderas, más 532 toneladas de hierro en vigas y diversas columnas traídas especialmente desde Alemania; no se encontraba fabricante alguno en España, pues los Altos Hornos de Vizcaya se inauguraron posteriormente, y sus medidas eran de elevadas dimensiones. Algunas de estas columnas se muestran hoy día en la entrada principal del Archivo Regional de Madrid. También conviene destacar el empleo de seiscientas toneladas de cal de Zumaya, dos mil toneladas métricas de cemento y seis mil quinientas de ladrillo rojo; al poco tiempo pudo habilitarse una chimenea de cuarenta y ocho metros de altura.