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El mundo animal siempre ha ejercido su influencia en la cultura humana. Desde los tiempos más remotos el ser humano ha adoptado una serie de animales como guías espirituales o modelos que dejaron plasmados en su arte. Desde los bisontes de las pinturas de Altamira, pasando por el águila de los estandartes romanos, hasta la escultura equina. Menos conocido pero muy sorprendente son algunas calles de nuestras ciudades que reciben nombres de animales. Presentaremos tres casos y caminaremos por la calle del León, la del Oso y la de Abada, donde descubriremos el eco salvaje de sus orígenes.

El oso en la villa y corte

El oso pardo es una criatura que podríamos catalogar en el Patrimonio Natural europeo por su importancia y significado. Desde los lejanos tiempos en que nuestros antepasados se las tenían que ver con la megafauna prehistórica el oso ha representado para el imaginario humano la fuerza, la tenacidad e incluso la sabiduría. La península ibérica estuvo bien poblada de osos, y la famosa historia según la cual una ardilla podía cruzar desde el estrecho de Gibraltar a los Pirineos sin bajarse de los árboles también se podía aplicar a los osos. Estos enormes plantígrados se extendían por todas las sierras y zonas boscosas peninsulares. La abundante presencia de osos ha quedado retratada en multitud de escudos heráldicos, citas literarias, toponimia, etc. En una zona tan poco arbolada como Los Molares, en plena campiña sevillana, en su castillo aparecen representados en la entrada dos osos. El par de animales se encuentran erguidos sobre sus dos patas traseras dándoles un aspecto bastante humanizado.)Una de las primeras referencias históricas a los osos ibéricos nos la encontramos casi por casualidad. Cobró fama el oso que acabó con la vida de Favila, el segundo monarca del reino de Asturias. Hijo del mítico don Pelayo, prócer de la Reconquista cristiana de la península ibérica frente a los musulmanes, Favila era muy aficionado a la caza. La Crónica rotense refiere que el monarca cometió alguna imprudencia que provocó al oso hasta el punto de que lo destrozó. Otro personaje real víctima de un oso fue el hijo del rey don Fernando II de León, nieto de Alfonso VII. Nos referimos al infante Sancho, cuyo traumático final fue recogido por el erudito padre Enrique Flórez en una obra de 1790: «El rey D. Fernando II de León pasó a terceras nupcias y casó con doña Urraca López de Haro […]. Sus hijos (D. Sancho y D. García) no dejaron memorias en la historia, por no haber heredado la Corona, y haber muerto sin sucesión. D. Sancho falleció en el 1220, despedazado por un oso».

En algunas monarquías europeas se consideraba un rito de iniciación que un noble matara a un oso con sus propias manos. Esta concepción entronca con la huella profunda que ha dejado el oso pardo en el espacio ibérico. Tal es así que en el Reino de Castilla se conservan zarpas de oso clavadas en las puertas de las iglesias a modo de exvotos. En Ávila, según una leyenda popular, un segador sobrevivió el ataque de un oso y en agradecimiento de Dios clavó una de sus zarpas, tras abatirlo con su guadaña, en la puerta de la iglesia de Navacepeda de Tormes. En la villa de Saldaña (Palencia) también encontramos la zarpa de un oso, pero esta vez clavada en una casa solariega, contigua a la plaza Vieja. No conocemos el trasfondo histórico que desembocó en este extraño adorno ni cuánto tiempo lleva ahí clavada. Curiosamente el célebre escritor norteamericano Ernest Hemingway, gran enamorado de España y de sus tradiciones, cita en una carta dirigida a su amigo John Dos Passos la extraña ofrenda ursina. El autor de Por quién doblan las campanas exploró la sierra de Gredos en 1931 y describe la presencia de fauna montesa como cabras salvajes, lobos y «una garra de oso clavada en la puerta de la iglesia».

El oso es un icono de la ciudad de Madrid por la escultura de Antonio Navarro situada en la Puerta del Sol, hasta convertirse en unos de los iconos irrenunciables de la capital de España. El oso pardo se enseñoreaba, hasta hace poco, de las sierras y montes de Madrid. Alfonso XI en el Libro de la montería (siglo xiv) narra la existencia de osos en lugares de Madrid como La Cabrera, Buitrago o el valle de Lozoya. Los reyes siempre han sido unos apasionados de la caza y disponían de cotos exclusivos para su uso. El Monte del Pardo siempre fue un coto de caza de la realeza. El historiador Gonzalo Argote de Molina, en su obra Discurso sobre la montería (1582), narra las peripecias venatorias de Felipe II. El aún príncipe cazó un oso de un arcabuzazo en las proximidades del Monte de El Pardo. Algunos lugares recuerdan igualmente la presencia antigua de osos como la Peña del Oso en la sierra de Guadarrama o la Cueva del Oso, situada en el bosque de la Herrería, en un paraje natural de El Escorial.

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