No sólo artistas foráneos de primera fila acometieron grandes proyectos para ofrecer el repertorio de bellezas de nuestro país. Entre los nuestros, y siguiendo su senda, destaca la colosal obra de Parcerisa, que completa el conjunto de sus regiones con dibujos de su mano, tomados del natural. De este conjunto nos ocupamos de Madrid, que fue glosada en lo literario por José María Quadrado. Este es nuestro homenaje de hoy a tan esforzados divulgadores, que consiguieron un atractivo relato que merece la pena recuperar.
Recuerdos y bellezas de España
El promotor del proyecto, Francisco Javier Parcerisa, nació en Barcelona en 1803 y a lo largo de su vida fue dibujante y litógrafo, y más tarde pintor y cultivador del daguerrotipo. Su obsesión fue ilustrar los monumentos más destacados de nuestro país, y logró concluir el proyecto. En el terreno de los protagonistas que aparecen en las estampas, su fuerte eran los elegantes, por lo que para representar a las clases populares se auxilia en ciertas estampas del prestigioso dibujante y retratista Eusebio Zarza. Se imprimió en el establecimiento litográfico de Julio Donon. Los textos corren a cargo de escritores de prestigio; en el caso de Madrid, José María Quadrado, que se ocupó de complementar la obra aportando un contenido literario cuidado, inspirado en el romanticismo tradicionalista, a veces con una carga critica con la corriente del barroquismo madrileño, es decir, Ribera. El primer volumen, dedicado a Cataluña, apareció en 1839; se entregaba de forma quincenal, con numerosos suscriptores; contaba además con la protección real. La obra completa, que se extendió a doce tomos, comenzó en 1838 y se prolongó hasta 1872. Tras concluir los volúmenes dedicados a Cataluña, Mallorca, Aragón, Córdoba y Granada, se interna en el territorio de Castilla la Nueva, en el que Madrid ocupa el primer capítulo del tomo 5.
Algunos críticos de la obra destacan la escasa pasión que estéticamente suscitan las litografías del autor, al compararlas con la impresión que producen las láminas de los principales viajeros extranjeros del primer cuarto del siglo xix, que daban un extraordinario «color local» a sus estampas, como los ilustradores de Laborde o los dibujos de Brambilla, Canella o Roberts, por citar ejemplos ya ofrecidos en estas páginas. Otro de los aspectos en los que se ha detenido la crítica es la relación de algunas de las estampas de Parcerisa con el daguerrotipo o la cámara oscura; volveremos sobre este aspecto al abordar alguna de las imágenes madrileñas. Lo que sí es evidente es que las litografías de las que ahora nos ocupamos conjugan una tendencia descriptiva realista con ciertos toques de fantasía romántica. Nuestro artista Pedro de Madrazo remarcaba este aspecto: «advertimos en sus seductores paisajes la verdad y la ficción tan portentosamente combinadas, en términos que no es fácil determinar ante aquellas estampas dónde tiene su límite el estudio y la imitación, y dónde empieza a aparecer la exuberante espontaneidad de la fantasía». En la década de los cincuenta se adentra en el mundo de la pintura al óleo, acudiendo a las exposiciones nacionales, en las que lograría algunos galardones. Una de estas obras expuestas y premiadas, el exterior de la catedral de Burgos, se conserva en nuestro Museo del Prado.