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Los grupos de indígenas de Filipinas, Marianas y el archipiélago carolino que han venido a Madrid con motivo de la próxima Exposición de productos de nuestras hermosas provincias del Extremo Oriente, han manifestado el interés y el deseo más vivo de ser presentados a Su Majestad la reina regente.

                                                            La Época, 12 de mayo de 1887

A finales del siglo XIX el imperialismo europeo vivía su apogeo. Como muestra de su poder y prestigio se concibieron las Exposiciones Universales y Coloniales. En estos recintos se exhibían productos, objetos y animales procedentes de las lejanas colonias, así como algunos de sus habitantes. En Madrid, las posesiones españolas en el océano Pacífico (Filipinas, Marianas y Carolinas) fueron objeto de muestra de una exposición que encandiló a los madrileños y dejó una huella arquitectónica indeleble.

El siglo XIX fue testigo de la celebración de varias exposiciones universales que reunían los avances de la industrialización. Estos eventos fueron concebidos como escaparates de muestra de los adelantos científicos y el desarrollo industrial de las distintas naciones. Conforme los imperios coloniales de las potencias europeas se fueron expandiendo por África, Asia y el Pacífico, también dieron cabida a las riquezas de los pueblos sometidos. 

La Exposición de Filipinas iba a contar con la presencia de cuarenta y siete nativos de Filipinas y de la Micronesia española. Para tal fin se tenía que acondicionar una serie de recintos y espacios para estos exóticos inquilinos. El edificio más icónico de la Exposición de Filipinas —junto a la Palacio de la Minería, hoy de Velázquez— fue el Palacio de Cristal, localizado en el parque del Retiro de Madrid, que fue construido ex profeso para esta muestra. Lo primero que llama la atención de este palacio es su estructura de metal y cristal, inspirado en el Crystal Palace (1851) de Londres. Este diseño rompedor e innovador despertó la curiosidad de propios y extraños. La prensa de la época publicó muchos comentarios e impresiones de esta estructura de metal recubierta de planchas de cristal.

La inauguración de la Exposición de Filipinas fue todo un acontecimiento en Madrid. El Gobierno, miembros de la corte, el cuerpo diplomático y numerosos particulares se acercaron al Retiro para ver la muestra. Numerosos periodistas estuvieron acreditados en el recinto para cubrir las informaciones. Si tuviéramos que elegir, quizás La Ilustración Española y Americana nos legó las más completas descripciones de la exposición; además las crónicas iban acompañados de varias ilustraciones y dibujos sobre las personas, animales y objetos de cada recinto. El 8 de julio de 1887 describía lo siguiente: 

La fiesta estaba dentro: lo que describimos era el forro de la fiesta. Sonó a lo lejos la Marcha Real, por fuera se encendieron los farolillos de los coches, nunca vimos por aquel sitio tantas luces: empezó el desfile en las tinieblas, y vimos rodar por el paseo landós, berlinas y manuelas, y dentro de ellos cascos, siluetas de cabeza con sombrero de tres pico, de copa, hongo, y de caprichosos dibujos.

Para satisfacer a todos los visitantes se proyectó un tranvía que daría la vuelta alrededor del parque de Madrid, desde el paseo de Atocha por la calle de Alfonso XII, carretera de Aragón, paseo de coches del Retiro, hasta la parte central de Palacio de la Exposición. Todo este trayecto por solo diez céntimos.

Lo que más llamó la atención a los visitantes eran los nativos de las islas expuestos en la exposición. Hoy en día nos parece una práctica inhumana y humillante, pero en el siglo xix cobraron auges los zoos humanos. Nativos procedentes de las distintas colonias eran expuestos en cautividad como si fueran animales para curiosidad morbosa de los visitantes. Filipinas, como encrucijada de pueblos, albergaba una riqueza antropológica asombrosa: negritos o ita, melanesios, papúes, japoneses, polinesios, chinos… Las más de siete mil islas de Filipinas albergan unos once grupos idiomáticos y casi noventa dialectos distintos, que se distribuyen en unos sesenta y siete grupos étnicos. Tal diversidad humana no pudo ser representada por entero en la exposición. La organización decidió recrear un poblado nativo filipino para muestra del público. En concreto, se recreó una ranchería (asentamiento) de los igorrotes, un pueblo nativo que habita las selvas montañosas al norte de la isla de Luzón. El intérprete del grupo de igorrotes fue Ismael Alzate y Astudillo, gobernadorcillo —especie de alcalde— de Bucay, al norte de la isla de Luzón, Filipinas. El grupo de los igorrotes portaban sus lanzas, flechas… para simular sus hábitos naturales y ponerlos en práctica en un pequeño lago creado al efecto. Para darle autenticidad a la estampa soltaron a un cervato para que paciera por el recinto, al igual que un carabao (búfalo), indispensable en el mundo rural filipino.

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