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¿Es posible hablar de la existencia de una mentalidad ecologista en los siglos xvi, xvii y xviii? Obviamente, si entendemos por ecologismo el imperante en nuestros días, tajantemente nos responderíamos que no. Mas si lo que pretendemos es hallar ciertas connotaciones, usos y, sobre todo, políticas derivadas hacia una intención de proteger y preservar las zonas verdes, entonces sí que podríamos afirmarlo. Por supuesto que las motivaciones actuales y las de entonces son diferentes, pero en muchas ocasiones el resultado llega a ser el mismo; eso sí, teniendo en cuenta los matices y salvedades que debemos contemplar al manejar parámetros históricos. Hagamos un recorrido histórico por aquel entramado verde del pasado que, aún hoy en día y en parte, pervive alrededor de nuestra ciudad.

Pensamiento antiurbano a favor de las zonas verdes

Esbocemos esta tesis, y remontémonos para ello al Madrid del siglo xvi, concretamente al reinado de Felipe II. Fue este monarca el responsable de concebir la idea de incluir, entre las reales propiedades, una amplia zona de terreno verde alrededor de la corte, la cual, tomando como base el mismo centro del reino, Madrid y su Real Alcázar, continuaría su recorrido hacia El Pardo, pasando por la Casa de Campo a través de toda una serie de zonas ajardinadas y boscosas, que iría adquiriendo, hasta llegar a más allá de la Cuerda de la sierra de Guadarrama. Un proyecto que hallaría continuación en sus sucesores a la Corona.

  La idea —y posterior consecuencia—, como bien afirma el arquitecto Morán y Turina, sería la de concebir a la nueva capital del reino, Madrid, con un entorno naturalista formado a base de diversos núcleos arquitectónicos —los palacetes— unidos entre sí por vías arboladas, y que darían lugar a su alrededor a un verdadero entramado de naturaleza urbanizada: los Reales Sitios. Constituirían en sí zonas verdes, articuladas por edificios para su utilidad y también para su disfrute, perfectamente pensados y diseñados en distancias de jornadas —a veces en forma de apeaderos— para recorrer las dichas zonas cómodamente a través de caminos y sendas arboladas.

Los Reales Sitios, tanto en su formación como en su fisonomía, no dejarían de ser lugares de recreo y caza para el monarca, ya que esa era su verdadera esencia. Con sus palacios o pabellones de caza, y los jardines que rodeaban a estas construcciones —en una forma de modelar a la naturaleza—, se les rodea y comunica a través de un paisaje agreste, que nos conduce hacia la idea de una jerarquización naturalista. De hecho, todo se va racionalizando con la intervención de arquitectos, ingenieros y jardineros profesionales. La idea era que estas propiedades fueran ampliándose, poblándose vegetalmente y que se ejerciera en ellas una labor de cuidado, tanto de las edificaciones que contenían como de sus accesos, como centros de control del territorio regio. En aquellos antiguos proyectos se daría importancia a todo, hasta a los más pequeños detalles: caminos, sendas, puentes, edificios, etc. Además, al igual que ocurre con la topología palaciega, cada uno de los jardines de los Reales Sitios se realizaría de una forma diferente, atendiendo a las características del lugar. La idea final sería la de un paisaje agreste —el campo— que va modificándose según nos vamos acercando a los palacios y hacia formas de una naturaleza más controlada —de tipo más ajardinado— hasta finalmente llegar al edificioen sí. Igualmente, podemos realizar el viaje de retorno desde un Real Sitio a otro, o si lo deseáramos, de un palacio a otro, y volveríamos a encontrarnos con una nueva y siguiente zona de influencia, con su bosque, sus jardines y edificios. Se conformaba así un modelo paisajista clasicista y español, en el que coexisten las ideas del jardín de placer, la huerta utilitaria y el bosque como coto de caza (Rodríguez Romero, 2012: 55).

El símil gráfico más acertado podría ser el de una tela de araña. Es aquí donde hallaríamos un planteamiento de cierto corte ecologista, en perfecta armonización con lo estrictamente y necesariamente urbano. Este modelo, en sentido gráfico —la tela de araña—, lo entenderíamos como un todo, compuesto por infinidad de grupos como el representado a continuación y que, luego, va uniéndose a otros.

 Un cinturón verde, que rodearía a Madrid, caracterizado por rasgos edafológicos, forestales, agropecuarios y hasta paisajísticos comunes, sometido a unas normas administrativas de explotación y aprovechamiento uniformes, a través de un articulado de ordenanzas promulgadas por la Corona. Así lo hizo, y consiguió Felipe II al crear los Reales Sitios y definir al aparato administrativo que iba a controlarlos. De este modo, si el monarca deseaba ir hacia la zona noroeste, tendría a su disposición la Real Casa de Campo, El Pardo, El Escorial, etc., y sí lo que quería era avanzar hacia el suroeste, entonces acudiría hacia sus reales posesiones de Aranjuez.

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