En el siglo XVIII, en pleno despotismo ilustrado, surgió una nueva concepción de la economía. Las monarquías ilustradas fomentaron en sus reinos la creación de manufacturas reales que elaborasen productos de lujo. Uno de estos centros punteros mercantilistas fue la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro (Madrid). Fundada por el rey Carlos III, la fábrica fue conocida popularmente como la China, y se especializó en productos de alta calidad como las porcelanas. Durante la guerra de Independencia (1808-1814), la fábrica fue objetivo militar al ser fortificada por las tropas francesas. Sin embargo, las tropas británicas del duque de Wellington, teóricas aliadas de España, destruyeron la fábrica con todos sus almacenes y dependencias a finales del año 1812.
Las manufacturas reales: la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro
El siglo xviii fue una centuria de cambios en toda Europa. Al socaire del movimiento de la Ilustración, las cortes reales aplicaron una serie de reformas en todos los ámbitos de la vida: política, sociedad, filosofía, cultura y economía. Los ilustrados consideraban la razón como la única fuerza capaz de asegurar el progreso de la sociedad. Como escribieron los filósofos franceses, d’Alembert y Diderot, en la Enciclopedia: «Los espíritus sanos han aprendido a sacudir el yugo de los prejuicios, de la intolerancia y de la barbarie. Las generaciones futuras estarán mejor formadas y más instruidas. Así podrán ser más felices».
Las ideas ilustradas no se quedaron limitadas a los debates intelectuales ni a los cenáculos filosóficos. Los propios reyes absolutistas quisieron aplicar parte del ideario ilustrado a sus propios reinos pero, eso sí, desde el poder. Es lo que conocemos como despotismo ilustrado, es decir, la aplicación de las ideas de los ilustrados, desde el poder y siempre que no limitasen la autoridad real. Los reyes del siglo xviii emprendieron grandes reformas en sus reinos y se rodearon de ministros instruidos y capaces. En la economía del siglo xviii fue un siglo de expansión y desarrollo. El comercio fue impulsado con el desarrollo de nuevos métodos de navegación y la apertura de nuevas rutas comerciales.
La agricultura también sufrió cambios al introducir nuevas técnicas de cultivo, selección de semillas y la rotación de los cultivos. Además, a finales del siglo xviii se empezaron a vivir los balbuceos de la Revolución Industrial, que cambiaría para siempre las relaciones de producción y transformación en la economía. En España el comienzo del siglo xviii coincidió con un cambio de dinastía. Tras la larga y cruenta guerra de Sucesión Española (1700-1714), los Borbones lograron imponerse en el trono español. La nueva dinastía aplicó en su nuevo reino ideas, proyectos y tendencias en boga en Francia. En términos económicos, se aplicó la política mercantilista —iniciada en Francia en el siglo xvii—, consistente en generar riqueza en el propio reino a base de desarrollar las manufacturas, imposición de fuertes aduanas frente a los productos extranjeros y la adquisición de colonias ultramarinas. Bajo el reinado de Luis XIV de Francia (1643-1715) se crearon Reales Fábricas, como la de los Gobelinos, que puede considerarse el preludio de la industria moderna. En estas Reales Fábricas se produjeron obras de gran calidad y belleza con las que se adornaban los palacios reales.
La Monarquía Hispánica retomó esos proyectos de creación de establecimientos estatales de producción en diversos sectores. Por ejemplo, se crearon establecimientos para la fabricación de cristal en San Ildefonso (Segovia), producción de tejidos en Brihuega (Guadalajara), tabaco en Sevilla y porcelana en el Buen Retiro de Madrid. Esta última fue fundada por el rey Carlos III en 1760, claramente inspirada a imagen de la napolitana de Capodimonte. Carlos III, antes de rey de España, había sido rey de Nápoles e importó técnicos, materiales y estilos a España de su antiguo reino. La nueva fábrica oficialmente se llamaba Real Fábrica de Su Majestad Católica, situada en el parque del Buen Retiro, cerca del actual emplazamiento del Ángel Caído. El pueblo llano de Madrid siempre la conoció como la China, por semejanza de algunos de sus productos con los artículos que venían de Oriente. El marchamo que identificaba los productos de la fábrica era una marca —ya usada en Capodimonte— consistente en una flor de lis inscrita en el reverso de las piezas en azul, negro o verde.