El turbulento otoño de 1868 trajo consigo acontecimientos muy importantes para Madrid, capital de un reino sin rey y epicentro de todas las intrigas políticas que pugnaban por imponer su particular visión del Estado. Sin duda, la conjura más célebre, significativa y, al mismo tiempo, traumática fue la que se concretó en el magnicido del presidente de gobierno, el general Prim. La conspiración aunó todos los elementos dignos de un drama teatral, pues se inició de manera pública a través del cruce de acusaciones, entre los partidarios del nuevo monarca, Amadeo I, y los defensores de la República; continuó con un duelo de honor entre los adalides de ambos bandos en el arroyo Abroñigal; y finalmente ensangrentó las calles de Madrid cuando un grupo de embozados salieron al paso de la berlina del general en una noche de invierno cerrado en la que la pólvora se adueñó de la calle del Turco.
Cuando la noche del 30 de noviembre de 1870 el público se agolpaba a las puertas del teatro Calderón para disfrutar de una deliciosa velada teatral, nadie podía imaginar que estaban a punto de vivir una jornada desagradable pero fundamental para el devenir de la historia de España: la vigésimo tercera representación de Macarronini I, una sátira política de la situación que vivía España ante la elección y futura llegada del nuevo monarca, Amadeo I, de la casa italiana de Saboya.
Los decretos de libertad de imprenta, derecho de asociación y reunión impulsados por el Gobierno provisional implicaban un nuevo rumbo en la producción teatral, al mismo tiempo que garantizaban su libertad y respeto ante la multiplicidad ideológica. Sin embargo, aquella noche el ambiente estaba enrarecido, pues la empresa del teatro y la compañía habían recibido un aviso poco antes de levantar el telón, asegurando que la Partida de la Porra cometería una fechoría contra todos ellos aquella misma noche. Además, habían observado que, en contra de lo que era habitual, las butacas comprendidas entre las filas 6 y 24 habían sido ocupadas por individuos que habían llegado juntos y se habían sentado al mismo tiempo. No obstante estas sospechas, el alcalde del distrito tranquilizó a los actores de la compañía y les garantizó que ya tenía tomadas medidas para su seguridad, por lo que se procedió a alzar el telón y dar comienzo a la función.
De lo sucedido a continuación se hizo eco la prensa con todo lujo de detalles, explicando que primero hubo una silba horrible y siniestra a la que siguieron una lluvia de patatas y piedras a los artistas y un par de detonaciones de revólver. Con tal estado de ánimo y la tensión aumentando, el público se precipitó hacia las salidas para abandonar el teatro, ante lo que los agresores dieron el salto al escenario, propinando golpes y agresiones a los actores y actrices, deshaciendo a navajazos el telón, las butacas, los decorados y rompiendo muebles e incluso varios instrumentos musicales. Este ataque se extendió también a la calle durante algunos minutos, donde los agentes del orden público brillaron por su ausencia. A quien la Partida de la Porra no logró alcanzar fue al autor de Macarronini I, Eduardo Navarro Gonzalvo, escritor y periodista republicano que corrió a refugiarse en la redacción de El Combate —periódico afín de ideología republicana que dirigía José Paúl y Angulo y del que Navarro era redactor y colaborador habitual— cuya redacción se encontraba en la plaza de los Mostenses, a escasos metros de la calle de la Madera Baja donde se situaba el teatro Calderón.
La prensa condenó tan deleznable acto, especialmente diarios como El Combate o La Igualdad, principal diario republicano-federal durante el Sexenio Democrático, responsabilizando directamente a Prim de los desmanes de la Partida de la Porra y exigiendo su dimisión inmediata. Aunque algunos periódicos afines a la ideología del partido progresista se escudaron en las provocaciones de los artistas de la compañía, ante lo que estos protestaron resueltamente rechazando «una y mil veces como calumnia el dicho de que uno de ellos hubiese hecho un gesto indecoroso que hubiera excitado al público».
Pero, ¿qué era la Partida de la Porra? Era una milicia y grupo de agitadores violentos que estaban al servicio del partido progresista. Surgida en Madrid en torno a la Revolución Gloriosa, la Partida de la Porra había sido creada a imitación de la Ronda de Tarrés, un grupo parapolicial que actuaba a mediados de siglo en Cataluña bajo el mando de Jerónimo Tarrés, con la finalidad de reprimir a los progresistas y evitar la propagación de las ideas revolucionarias que recorrían Europa desde 1848. Como consecuencia del asesinato del jefe del Partido Progresista de Barcelona, Francisco de Paula Cuello, Tarrés fue condenado a prisión hasta que en 1859 se alistó como voluntario en la guerra de África (1859-1860) para reducir su pena de prisión. En este contexto bélico en el continente africano conocería al general Prim, de donde parece que el progresista tomaría buena nota para confeccionar su propio grupo armado.