En el siguiente artículo hemos procedido al estudio de la situación de las distintas modistas en Madrid y al análisis de la apariencia de la reina María Isabel de Braganza. Una de las encargadas de la confección de los vestidos cortesanos de la soberana fue la modista y batera Vicenta Mormin. Las fuentes primarias revelan los encargos de la reina a esta modista. La labor de esta creadora ya no se desarrolla en el anonimato, sino que sus trabajos empiezan a valorarse como una creación inventiva, incluso esta modista también vestirá a las siguientes reinas: María Josefa Amalia de Sajonia, María Cristina de Borbón e Isabel II. Finalmente, en este breve estudio recuperamos a una de la modista más importante del primer cuarto del siglo XIX: la modista de la reina, Vicenta Mormin.
Una breve aproximación a la situación a la industria del vestido en Madrid
A finales del siglo XVIII y principios del XIX las modistas tuvieron una consideración social muy baja en comparación con los sastres de corte o de villa de Madrid . Estas operarias de la industria del vestido componen un sector importante del mercado laboral de la época, no sólo por su número, sino también porque en él confluye la variedad de relaciones de producción coexistentes en la industria capitalista de la época. A principios del siglo XIX no tuvieron ningún reconocimiento social, aunque debemos tener presente los nombres escondidos de las primeras modistas que trabajaron para la reina María Luisa de Parma, esposa del monarca Carlos IV (Antúnez López, 2020: 1-12). Las modistas están asociadas al lujo, tema controvertido en la España del Antiguo Régimen. Ellas son en buena medida responsables de la introducción de nuevas prendas de vestir femeninas de inspiración extranjera, como las batas, deshabillés, cabriolés, polonesas, además de bolsillos, escofietas, ridículos y adornos varios. Algunas de estas prendas llegan a tener tanta aceptación que se convierten en oficios especializados como los de bateras y escofieteras (López Barahona, 2016: 219-220). En las Memorias políticas y económicas de Eugenio Larruga, en el tomo IV (Larruga, 1787-1800: 200-203), se menciona que las modistas francesas llamadas madamas tenían una delicadeza especial, al contrario que las oficialas españolas, que su trabajo era tosco y con escasa ostentación en la confección de prendas femeninas. Los vestidos que creaban las modistas eran vendidos por encargos de mujeres adineradas o se compraban a través de su casa-taller, fenómeno muy extendido en las dos primeras décadas del siglo XIX. Para cerrar esta breve panorámica debemos de tener en cuenta que Madrid contaba con un potente grupo de costureras, bordadoras, encajeras, modistas, sombrereras, guanteras, calceteras, pasamaneras, cinteras, perfectamente cualificadas que han ejercido estos oficios desde su infancia y algunas de ellas en las escuelas-taller (López Barahona y Nieto Sánchez, 2010: 164)
María Isabel de Braganza: la confección de una reina
La segunda esposa de Fernando VII vivió una situación muy distinta a su antecesora, María Luisa de Parma. Su marido era el rey de España podía poner el aparato propagandístico de la Corona al servicio de la imagen de su consorte. Sin embargo, a María Isabel de Braganza le correspondía restaurar la etiqueta, protocolo y parafernalia monárquica perdida en casi una década de ausencia de soberana en el Palacio Real (Calvo Maturana, 2010: 26). Isabel asume sus responsabilidades con carácter propio, sin miedo a transformar viejas tradiciones y a emprender reformas. Recién instalada en la corte madrileña, obtiene en octubre de 1816 la dirección de la Orden de Damas creada por su suegra. La propia reina encarga al ministro Tomás Lobo la actualización y modernización de los estatutos, adecuándolos a los nuevos tiempos. La prestigiosa Orden de Damas de María Luisa reanuda su actividad, hundida tras los desastres de 1808, gracias a esta nueva iniciativa. Dentro de palacio se dice que la reina y el ministro de Estado, José García de León y Pizarro, son las únicas voces moderadas del rígido sistema de gobierno implantado por Fernando VII.