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El 25 de julio de 2021 tuvo reconocimiento como Patrimonio Mundial de la Unesco el denominado Paisaje de la Luz, que engloba al recinto del parque del Retiro y el paseo del Prado, teniendo este último un uso continuado por parte de los madrileños de más de quinientos años.

La intención de este anecdotario es la de, haciendo un recorrido por el espacio señalado, referirle al amable lector algunas de las curiosidades y anécdotas que guarda. La reseña de estilos arquitectónicos, estilos de construcción y otros aspectos técnicos, por esta vez, los dejamos a un lado, exponiendo sobre ellos lo estrictamente necesario.

Los ciudadanos usaron este lugar desde el siglo xv como lugar de esparcimiento y Felipe II se encargó de acondicionarlo y embellecerlo con árboles y fuentes. Fue durante el periodo ilustrado, concretamente bajo el reinado de Carlos III, cuando se produjo la más importante intervención urbanística en este enclave, que se convertiría en modelo para muchas ciudades españolas e hispanoamericanas. Se basaba en crear un espacio en forma de órbita elíptica —a imagen de la Piazza Navona romana— limitado en los extremos por dos fuentes dedicadas a los dioses mitológicos Cibeles y Neptuno. En el centro se situaría además una fuente dedicada a Apolo.

La fundación del convento de San Jerónimo del Prado fue determinante en la ubicación del paseo: Enrique IV tuvo siempre mucha relación con la Orden Jerónima, habiendo fundado el monasterio de El Parral, en Segovia.

En 1465 fundó en Madrid el monasterio de Santa María del Paso, más tarde de San Jerónimo el Real, en la ribera del río Manzanares. El motivo de su erección fue conmemorar las hazañas caballerescas —el Paso Honroso que mantuvo su favorito, don Beltrán de la Cueva, contra los caballeros del duque de Bretaña en 1460. La insalubridad del sitio, por la cercanía del río, era perjudicial para los monjes y los Reyes Católicos, a petición de los mismos, permitieron ubicarlo en los altos del prado madrileño allá por 1503 cuando, con autorización del papa Alejandro VI, se trasladaron a su nuevo emplazamiento en el sitio alto y sano al oriente de Madrid, que es donde se encuentra en la actualidad.

Se construyó al lado un aposento real —constaba de nueve amplias estancias— que sirvió de retiro a los miembros de la monarquía hasta el siglo xvii.

Lo que hoy conocemos como paseo del Prado tuvo en su momento varios tramos bien diferenciados, según refiere Pascual Madoz: «El primero iría desde la Puerta de Recoletos a la fuente de Cibeles, con una longitud de 585 metros. El segundo, conocido como Salón del Prado, de la fuente de Cibeles a la de Neptuno, con 385 metros de recorrido. El tercero es el que nos lleva desde la fuente de Neptuno a las conocidas como las Cuatro Fuentes, o también del Cuatro de Oros, por estar en la misma disposición que la nombrada carta de la baraja española. La distancia es de tan sólo 50 metros, y por último tendríamos el trayecto de las Cuatro Fuentes a la fuente de la Alcachofa en Atocha, donde hay 372 metros».

Otra denominación que también se usa es la del Prado Viejo de San Jerónimo, que comprendería desde Neptuno hasta Atocha, sitio de recreo y esparcimiento para los madrileños.

El paseo del Prado era utilizado, entre otras muchas cosas, para hacer visibles y poner cara, dentro de sus carruajes, a lo más granado de las mocitas casaderas. Además del paseo del Prado, la otra forma de buscar pretendientes masculinos eran las visitas en reuniones programadas a las casas de las pollitas, que se cambiaban cada dos años, plazo que se consideraba tope para la conquista de marido en alguna de las casas visitadas.

A partir de 1835, se supone que para casos desesperados, se creó en Madrid en 1835 una agencia de matrimonios titulada Museo de la Juventud, en la que a través de retratos que se exponían en una sala destinada al efecto se procuraba el conocimiento de los futuros cónyuges.

En el paseo del Prado, en su extremo sur, se encontraba la alcantarilla del Carcavón o de la Puerta de Atocha, que era por donde tenían su salida natural las aguas del arroyo de la fuente Castellana.

Para ordenar y urbanizar el Salón del Prado se utilizan proyectos de Villanueva y Sabatini, aportación económica de los Cinco Gremios y como mano de obra a los detenidos en el motín contra Esquilache, trabajadores provenientes del Presidio del Prado y que lo hacían por redención de pena.

Al fallecer José de Hermosilla, su viuda, doña Manuela Pérez de Revolledo, solicita una ayuda a Ventura Rodríguez, porque su marido llevaba sin cobrar ninguna cantidad por los servicios realizados para el Ayuntamiento en mucho tiempo. Cobró 45 000 reales en tres plazos.

Palacio de Linares

El financiero José Murga, marqués de Linares y vizconde de Llanteno, adquirió a mediados del siglo xix tres parcelas que había en una de las zonas más emblemáticas de la ciudad, la plaza de Castelar —hoy de Cibeles— para construir su palacio residencial. En este extenso solar estuvo desde mediados del siglo xvii el Pósito de la Villa, institución que se encargaba de almacenar reservas de granos panificables para los tiempos de carestía.

Hay quien piensa que era un olvido imperdonable no haber puesto cocina, pero es que el señor marqués se hacía traer todos los días la comida del restaurante Lhardy.
En el siglo xx el palacio perdió su carácter residencial y se convirtió en la sede de la compañía marítima Transmediterránea. En 1988 fue comprado por el empresario Emiliano Revilla y al año siguiente fue vendido por un precio bastante superior —seiscientos millones de pesetas— al consorcio formado por el Instituto de Cooperación Hispanoamericana, el Ayuntamiento y la Comunidad Autónoma de Madrid, con el propósito de establecer en él la Casa de América, donde todavía hoy permanece. Previamente se hicieron obras de rehabilitación con objeto de devolver al palacio su esplendor original, con un presupuesto que superó los 2000 millones de pesetas, cuando costó tres millones su construcción. Lo que va en plusvalía de 1877 a 1989.

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