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En este número cien de Madrid Histórico nos vamos a dar un paseo por el teatro; pero no por uno cualquiera… por el desaparecido teatro Felipe, el cual se ubicó en el paseo del Prado, donde ahora se levanta el Palacio de Comunicaciones. Inaugurado el 23 de mayo de 1885, sobre su escenario actuaron numerosas estrellas de varietés que iluminaban las noches más locas del Madrid de la época. Esta es su historia.

A finales del XIX el teatro, después de muchos cambios y vicisitudes, se convirtió en el centro de la vida social madrileña y la afición teatral de los habitantes de la Villa y Corte seguía más pujante que nunca. Después de tantos años de turbulencias políticas, de pronunciamientos, de inestabilidad, y a pesar de las guerras de Cuba y Filipinas, que sangraban cruelmente el país, o quizá por eso mismo, la gente quería ver cosas, pasarlo bien y olvidarse de los problemas diarios. Quería ver zarzuelas, comedias, sainetes, óperas, refundiciones de obras clásicas, traducciones y de vez en cuando, obras originales de algún autor contemporáneo.
Pero vamos a ir por partes, desplegando ante ustedes como en un caleidoscopio mágico todo el ámbito teatral del Madrid finisecular. Veremos cómo eran sus teatros, los autores de moda, los actores y actrices que electrizaban a los madrileños con sus interpretaciones, los cantantes que les apasionaban y los diversos géneros que se representaban en los escenarios de la coronada villa.

Para que se hagan una idea, en 1870 había en Madrid ocho teatros principales, entre los que destacaban el Real, la Zarzuela, el Novedades, el Rossini, el del Príncipe (hoy Teatro Español), el Príncipe Alfonso y el Variedades; nueve teatros de segundo orden —el Capellanes, el Paul y el Esmeralda, entre otros—; y quince cafés conciertos, como el Recreo, Calderón de la Barca, Maravillas o San Francisco. A finales del siglo, sólo en la capital funcionaban a pleno rendimiento más de catorce teatros: el Real, el Español, de la Princesa (hoy María Guerrero) de la Zarzuela, Príncipe Alfonso, de la Comedia, teatro Apolo, teatro Lara, el Eslava, el Felipe, el Circo de Price, teatro Maravillas, Novedades, el Martín, el Tívoli, etc. Dentro de este abanico de locales dedicados al noble arte de Talía, los había de toda clase y condición y para todos los gustos. Desde el más refinado y caro al más popular y sandunguero. Desde el escenario, donde se representaba el arte clásico y la música más exquisita, hasta los locales donde imperaban la picardía, el descaro, la sal gruesa y la sicalipsis.


En la España de entre siglos nuestra escena sufría una abrumadora influencia del teatro francés: el music hall, las varietés, formas todas ellas desenfadadas, a veces incluso burdas y desvergonzadas; como un «espectáculo deleznable» las considera la historiadora Matilde Muñoz, o, en otras palabras, «un género averiado de la sensibilidad francesa achabacanada y pervertida del segundo Imperio».


Las varietés francesas salieron de los cafés concierto, en los que se infiltraron artistas de circo y elementos del teatro de feria, de bulevar, de revista y de opereta y sketches de comedia. Como su propio nombre indica, se caracterizaban por la variedad de elementos dispares yuxtapuestos, números independientes de canciones y bailes, ilusionismo, malabarismo, mimo, acrobacia y otras artes escénicas y paraescénicas.

En España, el teatro de variedades consistía en un desfile de cantables interpretados por cupletistas y bailarinas, con repertorios vulgares, descarados y coreables, sólo para hombres, en locales semiclandestinos, cabarets y salas de fiesta, todo lo cual era un alarde de licenciosidad y lujuria, tal como Unamuno llegó a denunciar en cierta ocasión: «Los teatrillos, y aun los teatros grandes, se ven infectados por toda clase de cupletistas, bailarinas y heteras de alto o bajo vuelo. La lujuria pública llega al delirio…».

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