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El famoso cuentista danés recorrió buena parte de España durante el año 1862. Las impresiones de este visitante distinguido se encuentran en un libro publicado al año siguiente. La visión romántica de Andersen, siguiendo la estela de otros célebres autores, incide en los tópicos de su tiempo. No obstante, también dejó interesantes observaciones sobre las plazas de Madrid, la actividad teatral, los cuadros del Museo del Prado, la literatura castellana y los escritores de su tiempo.

Introducción: un romántico septentrional en Madrid

La exaltación de lo español es una constante en la literatura romántica europea. Tratándose de Hans Christian Andersen, esto venía de lejos. Como recuerda en un pasaje de sus memorias, El cuento de mi vida, a sus cuatro años, cuando España estaba aliada con Francia en los conflictos de principios del siglo xix y nuestras tropas se desplegaron por diversos lugares del continente, un niño danés besa la medalla de un soldado español: «Un día, un español me cogió en brazos y me dio a besar la medalla que llevaba sobre el pecho. Mi madre se enfadó por ello; aquello olía a catolicismo, decía».

Ahora bien, la perspectiva romántica de España, como todas las visiones históricas, estaba condicionada por aspectos verdaderamente subjetivos. El lugar común que un ministro del siglo xx acuñó, con palmario acierto, resume esa actitud: Spain is different. Esa diferencia se cifraba en una peculiar historia (Reconquista, imperio de los Austrias…) y en una geografía pintoresca. Pero también en unos tipos humanos —por ejemplo, el bandolero o la gitana— que mantenían usos y costumbres característicos. Ya estaba prefigurándose ese modelo en obras como la novela gótica titulada El manuscrito encontrado en Zaragoza (1805), de Jan Potocki. Pero fueron principalmente dos títulos los que influyeron sobremanera en la construcción de esa imagen: Voyage en Espagne (1843), de Teophile Gautier; y la narración Carmen,de Merimée, publicada en 1847 por la Revue des Deux Mondes. Como se sabe, el texto sirvió de inspiración para el libreto de la celebérrima ópera de Bizet.  

Andersen, poniendo un eslabón más en la cadena del tópico decimonónico, afirma en su Viaje por España (1863): «Si es un poeta bien nacido y como Dios manda, entonces arde en deseos de belleza, está pleno de avidez de lo romántico; dejadle que venga aquí, dejad a todos ellos que vengan directamente a Madrid en la época del año que les apetezca». FOTO 14

El famoso cuentista llega a la capital el año 1862. ¿Qué ocurría ese año en esta ciudad? Un joven canario, llamado Benito Pérez Galdós, llega a Madrid, tras una travesía a la Península en el vapor Almogávar para seguir estudios de Derecho que jamás finalizará. Ventura de la Vega lee su tragedia La muerte de César, con la asistencia de destacados escritores (Bretón de los Herreros, Campoamor, Donoso Cortés, Hartzenbusch, Ángel Saavedra…), pintores y compositores. Probablemente en ese evento se respiraría una atmósfera similar a la retratada en el famoso cuadro de Antonio Esquivel Los poetas contemporáneos. El alcalde era José Osorio y Silva, marqués de Alcañices y duque de Sesto.

Andersen, acaso imbuido por un espíritu fabulador poco riguroso con la evidencia científica, deja constancia de una etimología disparatada de nuestra urbe: «La leyenda cuenta que el origen del nombre de Madrid se remonta a un niño pequeño que, en una ocasión, viéndose perseguido por un oso, trepó a lo alto de un árbol y le gritó a su madre: ¡Madre id!».

Plazas de Madrid  

Las plazas ocupan un lugar destacado en la estancia madrileña de Hans Christian Andersen. La proximidad de su alojamiento en la calle Mayor (Fonda de Oriente, Fonda de la Vizcaína) propiciaba los paseos por la Puerta del Sol, Plaza Mayor, plaza de Oriente y plaza de las Cortes. Además, como se verá a continuación, esos lugares constituían una parada obligada para cualquier viajero que quisiera tomar el pulso a la ciudad.

Puerta del Sol  

Edmundo De Amicis, por ejemplo, una década más tarde (1872) describe así la atracción fascinante que ejerce este punto neurálgico, auténtico corazón del Madrid decimonónico:

Los primeros días no podía alejarme de la plaza de la Puerta del Sol; pasaba allí horas y horas, y me divertía tanto que hubiera querido quedarme el día entero. Es una plaza digna de su fama; no tanto por su grandeza y belleza como por la variedad del espectáculo que presenta a todas las horas del día. No es una plaza como las demás: es al mismo tiempo un salón, un paseo, un teatro, una academia, un jardín, una plaza de armas, un mercado.

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