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Cuentan que de todas las amantes que tuvo el rey Felipe IV hubo una de la que se quedó especialmente prendado: la joven actriz María Calderón, apodada la Calderona. En uno de los capítulos que más dio que hablar en el Madrid de la época, el monarca mandó construir de la noche a la mañana y en la Plaza Mayor un balcón para que su amada disfrutase de una ubicación privilegiada de los acontecimientos que en ella ocurrían. Un detalle con el que, sin duda, contentó a su amante, pero hizo enfurecer a su esposa, la reina Isabel de Borbón. Un desplante del que fue testigo toda Madrid y que provocó ríos de tinta.

El episodio que vamos a narrar, y que supuso en su época un gran escándalo social, tuvo lugar en el Madrid fastuoso, alegre y jaranero del siglo XVII. Era el Madrid de Felipe IV, de las damas tapadas, los hidalgos orgullosos, las dueñas celestinescas, los avispados criados, los maridos celosos y engañados, los lindos extravagantemente engalanados, los espadachines a sueldo, los mendigos y los pícaros… La madrileña villa era la ciudad contradictoria donde tenían cabida lo más sórdido y lo más brillante de una sociedad que se sabía el centro del universo. Y el corazón de su universo era, precisamente, Madrid, cantado hasta la hipérbole por grandes escritores del Siglo de Oro español.  

Y en ella tenían cabida toda serie de situaciones y anécdotas picantes que circulaban por la corte y que eran conocidas y comentadas por los madrileños —a falta de televisión, radio y prensa— en sus famosos mentideros, sobre todo el de Representantes; es decir, el de los actores y gentes del teatro, ya que la protagonista de este evento a comentar era la bellísima comediante María Calderón, apodada la Calderona y también Marizápalos.

Este episodio tiene también otro protagonista, nada menos que el monarca reinante, el Rey Galante,como se le llamó. Mujeriego, enamorado y libertino que amó a toda clase de mujeres: doncellas, casadas y viudas, altas damas, sirvientas de palacio, burguesas, actrices, menestralas y hasta tusonas y cantoneras —profesionales del amor—, aunque sus preferencias iban más a las mujeres humildes que a las linajudas.

Intelectualmente, el monarca era un hombre muy bien preparado. Apasionado por el teatro y sintiendo una profunda y verdadera admiración por el Fénix de los Ingenios, el inigualable genio de Lope de Vega, también él se atrevía a escribir comedias, que luego se representarían en el coliseo del Alcázar y posteriormente en su nuevo y fastuoso Palacio del Buen Retiro. El seudónimo que utilizaba para estos fines y esconder su personalidad era el de Un Ingenio de esta Corte. Se le atribuyen varias comedias, y en particular la que tiene el título de Dar la vida por su dama o El conde de Essex, también la titulada El Rey Enrique el Enfermo. Se cita, además, también obra del Rey, una traducción manuscrita de la Historia de Italia,de Guicciardini, y otra de la Descripción de los Países Bajos, escrita por el sobrino de este autor, Luis.

En su apasionamiento por el teatro, esta pasión también se focalizaba en sus representantes femeninas, las actrices, llamadas en esa época histrionisas, y aquí es donde entra en escena, es decir, en la vida amorosa del rey, la mujer a la que parece más amó en su vida: María Inés Calderón.

Era una niña expósita, al ser abandonada al nacer y dejada a las puertas de la casa de Juan Calderón, hombre vinculado al mundo del teatro, quien la adoptó como propia. Ocurría en el año 1611, con Felipe III en el trono de España. Esta vinculación al teatro hizo que a los dieciséis años de edad debutara en el Corral de la Cruz —en 1627—, y a pesar de su juventud María ya estaba casada, y ello era debido a que su presencia en los escenarios se limitaba a dos condiciones: la primera, que estuviera casada y que siempre estuviera acompañada de su marido, o en su defecto, por su padre; y la segunda es que nunca podría representar comedia alguna vestida de hombre, aunque en las compañías de comedia las mujeres ejercían los papeles de actrices recitando, cantando y bailando y muchas veces, dejando al lado la prohibición, asumían la función de galanes.

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