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Incontables son los belenes que se colocan en el mundo desde que en el año 1233 san Francisco de Asís inaugurara esta tradición en una cueva próxima a la ermita de Greccio, en la región italiana de Lacio. Desde ese momento cada país cristiano, ciudad o pueblo ha ido aportando su toque a la representación del pesebre, pero en pocos lugares podrá encontrarse una figura a la que también podamos ver en carne y hueso cerca de las miniaturas de barro o cartón-madera. En Madrid existe esa posibilidad. El oficio que la ciudad incorporó al belén napolitano que tan en boga puso Carlos III desde su llegada al trono en 1760 continúa entre nosotros. Todos sabrán de quién hablamos: las castañeras. Asando los corazones del invierno, han conquistado los nuestros haciendo de ellas parte fundamental de la Navidad madrileña.

Levanta su hoja el calendario en el día 8 de diciembre cuando de los trasteros y altillos de Madrid salen cientos de cajas de cartón que contienen en su interior auténticos tesoros envueltos en papel de burbujas. Ya sea a través de dedos infantiles o experimentadas manos, irán emergiendo las figuras que compondrán las escenas representativas del nacimiento de Jesús. Se ha dado el pistoletazo de salida a las fiestas navideñas. Quedarán instalados artísticos belenes de tradición hebrea o napolitana en las sedes de las instituciones y populares en los recibidores de las casas, pero, sin excepción, sea en la plaza de Cibeles o en pisos de los barrios de Chamberí o La Latina, se harán la misma pregunta: ¿existe algo que no pueda faltar en un auténtico pesebre castizo? ¿Además del Niño, María, José, los Sabios de Oriente, la mula, el buey y los pastores, hay algún personaje que ponga la firma chulapa al misterio?  En Cataluña presentan a su famoso y escatológico caganer, en Extremadura a la Machorrita o cabra engalanada, en Nápoles a un pastor durmiente llamado Benito… Algo tendrá que decir Madrid, cuna del belenismo desde que Carlos III implantó en España esta tradición de la que se empapó durante su reinado en tierras italianas. FIGURA 2 Pues sí, existe una figura de tradición puramente local. Dentro de los doce oficios o vendedores que rodeando al pesebre representan los meses del año, existe la figura de una dama que es todo un icono del costumbrismo madrileño: la castañera. De tal forma han sido parte estas mujeres del escenario invernal de la ciudad que no sólo han pasado a las letras de los autores del foro (Las castañeras picadas, Ramón de la Cruz, 1898) o cronistas de la villa, sino que han quedado inmortalizadas como integrantes de honor de nuestros belenes.  

Desde el siglo xviii entre nosotros montaban sus puestos en plazas y esquinas con la llegada de los primeros fríos para asar castañas traídas de Rozas de Puerto Real, el gran castañar de la Comunidad de Madrid, Ávila o El Bierzo. Servidas en cucuruchos de papel, calentaban las manos y estómagos de los viandantes en aquellos crudos inviernos y servían de postal para las retinas de los viajeros que pasaban por Sol, Ópera, Preciados o Embajadores. El aroma de las castañas, en ocasiones mojadas con anís para que el olor se colara por los callejones más angostos, quedó en la infancia de muchas generaciones, tantas como miembros de la misma saga familiar ocupaban el heredado taburete tras la nafre, nombre que recibe el auténtico asador de la castañera.  

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