El autor italiano visitó Madrid durante el reinado de Carlos III. Las páginas de sus Memorias dedicadas a la capital de España ofrecen un valioso testimonio acerca de los espectáculos, las costumbres, los pintores, la monarquía y, en general, la sociedad madrileña del siglo xviii. Asimismo, esa visión refleja perfectamente los ideales y los prejuicios de un viajero ilustrado.
Madrid
Diversos motivos impulsaron a los extranjeros hacia la España del siglo xviii. Los principales eran de carácter diplomático, militar, económico, artístico o literario. Pues bien, Casanova confiesa que la finalidad de su estancia en nuestro país era esta: «Instruirme, observando las costumbres de una nación estimable que no conozco, y al mismo tiempo sacar partido de mis modestas dotes, si es que puedo ser útil al Gobierno». Se aprecia, por tanto, en ello el doble objetivo ilustrado que aunaba la instrucción propia con el ofrecimiento de sus servicios a la corte borbónica.
Durante su estancia en Madrid, que transcurre entre los años 1767 y 1768, el célebre escritor padeció el frío de nuestra ciudad, al que considera más seco y más vivo que en París, a pesar de la latitud en la que se encuentra la capital de España. Ello se debe, según Casanova, a que Madrid es la ciudad más elevada de Europa y, además, está circundada por altas montañas, como las montañas de Guadarrama.
Sin embargo, Tomás López, en su famosa Descripción de la provincia de Madrid (1763), ofrece una visión positiva de la acción de las montañas que rodean la villa: «El clima de esta provincia es templado, y sano: el cielo de ordinario es sereno, claro, y alegre: y el aire puro, y limpio de nieblas, y de humores gruesos, que suelen comunicar los ríos y montañas a los lugares circunvecinos».
William Bowles (1775) también constata, en la línea de Casanova, los vientos fríos y secos, así como la presencia de las montañas de Guadarrama: «Los vientos norte reinan mucho en Madrid en el invierno, y son fríos, secos y penetrantes; perolos de poniente y mediodía son, por el contrario templados y lluviosos. […] Las montañas de Guadarrama con sus derrames son las únicas que se divisan desde Madrid, y hay nieve en sus cimas la mitad del año».
Debemos a John Talbot Dillon (1778) la hipérbole sobre el aire sutil madrileño «que mata un hombre y no apaga un candil». Este viajero se hace eco de la exageración según la cual ese aire proveniente de las montañas del Guadarrama es capaz de desintegrar la materia de los perros muertos:
Las montañas de Guadarrama, hacia la vertiente norte de la ciudad, están cubiertas de nieve durante el invierno, lo que contribuye a hacer de Madrid una ciudad bastante fría, mientras que en el verano las ráfagas de viento sur y oeste vienen generalmente acompañadas de humedad y lluvia. Algunos viajeros me han dicho que el aire es tan sutil, que si un perro muerto es arrojado a las calles y queda sepultado bajo la nieve, a la mañana siguiente no le quedará un trozo de carne en los huesos, pero creo que eso es una fábula.
Casanova se aloja en la calle de la Cruz. Nuestro autor se muestra indiferente a los atractivos de la Puerta del Sol: «Encontré allí a una muchedumbre de hombres que paseaban o bien solos a pasos rápidos, o lentamente, charlando con amigos. Aquel foyer, sin embargo, no me gustó». Como buen ilustrado, el autor trasalpino se fija en el urbanismo y la salubridad. Por ello, elogia la obra de Sabatini para la limpieza de Madrid: «Sabatini había hecho construir alcantarillas, cloacas y excusados en catorce mil casas y se había hecho rico».
Llevado por sus galanteos, deambula por la calle Desengaño, hogar de doña Ignacia. Una vez ganada la confianza paterna, allí tendrán lugar lances amorosos que la pluma del seductor narra con su habitual desparpajo. El famoso seductor, siempre enredado en oscuros tejemanejes, da con sus huesos en la cárcel del cuartel de Buen Retiro: «Dicho militar me llevó al Palacio del Buen Retiro, abandonado por la familia real y que sólo servía de prisión a los que se confesaban culpables y cuyos aposentos servían de cuartel. A este palacio era adonde se retiraba Felipe V con la reina cuando se preparaba para la Pascua florida». Allí pasará, inicialmente, momentos duros por las rigurosas condiciones del confinamiento. Por ello envía apremiantes cartas al embajador de Venecia, al ministro de Gracia y Justicia (Manuel Roda), al duque de Losada y al conde de Aranda para que intercedan por él y recobre la libertad.
Una vez libre, Casanova se muda a la calle de Alcalá, sin especificar una referencia concreta.