Introducción
Madrid ostenta el título de ser la única capital europea de origen y nombre árabe. Sin embargo, no son pocas las personas que actualmente creen que la ciudad tiene un origen romano o incluso visigodo. De hecho, durante la monarquía de los Austrias, Felipe II intentó brindarle un pasado mítico y glorioso a Madrid, llegando incluso a vincular a sus fundadores con la guerra de Troya. No se podía concebir que la capital hubiese sido fundada por musulmanes, los que por aquel entonces eran su principal enemigo: el Imperio otomano. De igual manera, había que brindarle un cierto prestigio para competir contra el resto de las capitales europeas.
La realidad es que su origen se remonta al siglo ix y permanecerá bajo el poder musulmán hasta la conquista de Toledo en 1085. Dicho intervalo supuso una transformación notable, pues pasó de ser un pequeño fuerte a ser una ciudad, una medina, en el mundo islámico. Para comprender este periodo, procederemos a analizar el contexto sociopolítico en el que se vio envuelta Madrid y cuáles fueron sus transformaciones internas.
El episodio fundacional de Madrid tiene su origen entre los años 850 y 880, bajo el mandato de Muhammad I (852-886). Por aquel entonces al-Ándalus era un emirato políticamente independiente de Bagdad y una de sus principales preocupaciones era la defensa frente a los reinos cristianos, relegados al norte de la península ibérica. Para ello crearon un sistema de marcas fronterizas para poder preservar sus territorios y repeler los ataques cristianos: la Marca Superior, con capital en Zaragoza; la Marca Media, con capital en Toledo; y la Marca Inferior, con capital en Mérida.
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«Muhammad I (823-886) mostró un gran interés por el mantenimiento de sus fronteras, fortaleciendo estas marcas con la construcción de una serie de hisn (castillos en colina) dotados de un exhaustivo mantenimiento y supervisión por parte de personajes de su absoluta confianza» (Maladana Ureña, 1998: 37-38). Uno de ellos fue Mayrit, que formó parte de la Marca Media. La evolución del término Madrid es una incógnita para los investigadores; la mayoría de las teorías apuntan a un origen relacionado con el agua, como matrice (‘madre de las aguas’) o magerit (‘cauce’), debido a los numerosos arroyos que rodeaban el emplazamiento.
Su asentamiento tuvo lugar al sur de la sierra de Guadarrama, a orillas del río Manzanares, con una elevación aproximada de unos cincuenta o sesenta metros de altura. Se trataba de un elemento defensivo que proporcionaba una gran ventaja táctica frente a sus enemigos. También el territorio circundante posee testimonios de una larga tradición ganadera que se remonta a las villas romanas y cuenta con numerosos arroyos, ideales para el asentamiento de una población. Debido a estas condiciones, para muchos autores es difícil pensar que el lugar estuviera despoblado. «Lo más probable es que existiera un asentamiento islámico de carácter agrícola que pudiera abastecer el hisn situado en la zona del arroyo de San Pedro» (Segura Graíño, 2004: 26-27). La mayoría de los motivos que impulsaron su construcción fueron, como ya mencionamos antes, de carácter militar. El emir buscaba consolidar la frontera del norte de la Sierra —Ávila y Sepúlveda— sofocando rebeliones e insurrecciones. Sobre todo, aquellas provenientes de la antigua capital visigoda, Toledo, usualmente apoyadas militarmente por los reinos cristianos, y movimientos separatistas entre muladíes y mozárabes. Decidió construir un alcázar acompañado de un espacio rodeado de murallas, la almudaina (‘fortaleza’), para residencia de la población militar, la amplia mayoría de origen bereber, mientras que los árabes ocupaban los cargos más importantes. «Se ocupaban de atender a la defensa y el control de posibles entradas cristianas por los puertos de Guadarrama o de ataques de los rebeldes toledanos» (Segura Graíño, 2004: 29-30). «La muralla poseía una altura aproximada de 8 metros y una anchura de 2,60 metros. Las torres de planta cuadrada, que tienen unas dimensiones de 2,40 × 3,30 metros siguen el esquema constructivo a soga y tizón, y fueron engarzadas (enlazados) al lienzo de la muralla» (Maladana Ureña, 1998: 38-39).