Ocurrida en marzo de 1766 en Madrid, hablaremos de una de las revueltas populares más significativas del reinado de Carlos III. Provocada por el descontento social ante las reformas impulsadas por el ministro Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, el conflicto estalló cuando se prohibió el uso de capas largas y sombreros de ala ancha, medidas que buscaban mejorar la seguridad urbana pero que fueron vistas como un ataque a las costumbres populares. Sin embargo, más allá de la vestimenta, el motín reflejaba el malestar por la subida de precios de alimentos básicos, así como la influencia extranjera en el Gobierno.
El mayor ejemplo de la Ilustración en España se enmarcó en el gobierno de Carlos III y sus respectivos gobiernos. El contraste del progresismo de dicha corriente frente al tradicionalismo de la sociedad española derivó en un conflicto que fue conocido como el motín de Esquilache.
La figura, por tanto, de Leopoldo di Gregorio, el marqués de Esquilache, convertido en el máximo exponente de las reformas, es la clave para entender dicho tiempo, así como la evolución de la sociedad y la política española del siglo xviii.
La suma de todos los planes y reformas gestionadas por el ministro estrella de la Corona se puede entender como el Proyecto Esquilache, del que analizamos sus influencias, desarrollo y consecuencias.
Aproximación al Proyecto Esquilache
La visión global del capítulo sociopolítico a analizar se encuentra dentro de un proceso esencial en el periodo europeo de la Ilustración y el absolutismo ilustrado. Es decir, como parte de la visión filosófica de la sociedad y la política, donde el objetivo de cualquier gobierno, elite intelectual y aristocracia meritocrática debiera ser: conseguir la felicidad del Estado. Este planteamiento llegaba a España a través de los escritos librepensadores de Inglaterra y de la intelectualidad francesa, que colisionaron con la omnipresencia de la Iglesia, aun existiendo corrientes ilustradas internas que buscaban, con no pocos impedimentos, un desarrollo progresista de la institución. Todos estos movimientos lograron asentar en el país una ideología ilustrada dependiente de una monarquía absolutista.
Muestras de los resultados de la época fueron la Biblioteca Nacional en 1711, la Academia de la Lengua Española en 1713 o la Academia de la Historia en 1735. Las ideas económicas, por su parte, se debatían entre ilustrados y comerciantes ante la expansión de la filosofía mercantilista de libre comercio de Adam Smith, mientras los postulados revolucionarios de Jean-Jacques Rousseau eran analizados con interés. Los lugares de debate fueron las recién creadas sociedades económicas, protegidas por el ministro de hacienda Pedro Rodríguez de Campomanes y por el Consejo de Castilla, dedicados a mejorar la agricultura, el comercio y la industria mediante el estudio y la experimentación, como defendían las editoriales de los diarios El Pensador o El Censor.
La resolución de plasmar en realidad tales corrientes novedosas e ilustradas caracterizaron el gobierno reformista de Carlos III, que intentaba reforzar el Estado y alcanzar la prosperidad junto a sus asesores italianos y españoles, con José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, y Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, a la cabeza. Ellos iniciaron los cambios encaminados a la modernización del país.
Este fue el contexto donde el marqués de Esquilache, heredero de todo el pensamiento ilustrado europeo, amparado por el sistema absolutista monárquico y con grandes ambiciones, ideas y planes, desarrolló su proyecto. Sin embargo, contó con la manifiesta hostilidad de la mayoría de la nobleza presente en la corte, que lo vio como un extranjero empeñado en aplicar sin medida el despotismo ilustrado.





