ificultades de abastecimiento de agua en la capital a mediados del siglo xix
¿Por qué se construyó el presidio del Canal de Isabel II? Responder a esta pregunta es fundamental para comprender la irrupción de este penal en el escenario carcelario español. Hoy en día todo resulta muy sencillo cuando una persona tiene sed: acude al grifo, llena el vaso de agua y problema solucionado. Se trata de una pequeña acción que repetimos cada día en varias ocasiones en la que no reparamos lo más mínimo. Pero a mediados del siglo xix la situación era muy diferente, pues Madrid sufría un grave problema de abastecimiento de agua. Los habitantes no disponían de agua corriente en sus casas y la única forma de abastecerse era a través de las fuentes públicas.
Para evitar cargar con los cántaros de agua hasta la vivienda, muchas personas contrataban los servicios de un aguador, una profesión muy popular que llevaba activa en la capital desde el siglo xv. Las fuentes se nutrían a través de los denominados viajes de agua, un viejo sistema subterráneo que habían introducido los árabes en la Península desde mediados del siglo ix, una práctica que llevaba utilizándose desde hacía diez siglos. Sin embargo, la población había aumentado considerablemente desde entonces, resultando insuficiente los citados viajes para abastecer a las más de doscientas mil personas que tenía la ciudad para aquella época. El verano cada año era más temido, ya que durante los meses estivales coincidía el mayor consumo de agua de la población con el nivel más bajo de los acuíferos. El abastecimiento de agua se convirtió en una necesidad de primer orden para todos los madrileños y en un asunto de vital importancia para el Estado. Así, tanto para el Gobierno como para el reinado de Isabel II la solución pasaba por afrontar la obra pública más ambiciosa conocida hasta la fecha.
Durante mucho tiempo se formularon distintas propuestas con la finalidad de conducir el agua hasta la capital, aunque cabe resaltar que estas se intensificaron con la llegada del siglo xix. Entre los numerosos proyectos realizados, se apostó finalmente por el de los ingenieros de caminos Juan Rafo y Juan de Ribera, cuyo apoyo por parte de Bravo Murillo —primero como ministro de Obras Públicas en 1848 y después como presidente del Gobierno en 1851— resultó esencial para su viabilidad. La idea del proyecto era construir una presa que almacenase las aguas de la sierra de Guadarrama; concretamente, del río Lozoya, en el paraje conocido como el Pontón de la Oliva, situado entre los municipios de Patones, Madrid, y Valdepeñas de la Sierra, Guadalajara.
Pero su construcción en aquel enclave constituía un proyecto colosal, sin referente de ningún tipo. Jamás se había acometido en España una obra hidráulica de semejantes características, siendo necesaria para su ejecución miles de hombres. Finalmente, el Estado optó por emplear mano de obra presidiaria por la ventaja que significaba: la total disponibilidad de una gran cantidad de hombres durante un período prolongado y la considerable rebaja de costes. Para dirigir y ejecutar los trabajos se creó una empresa pública, el Canal de Isabel II, motivo por el que el presidio construido en aquel lugar recibió la denominación oficial de la citada empresa.







