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En la segunda mitad del S. XIX, salud y enfermedad son ideas paralelas. La medicina experimental adquiere el protagonismo necesario y el hombre alcanza conciencia de que no basta con saber curar enfermedades, sino que es tan importante o más cortar las vías de transmisión, aportando medidas encaminadas a conseguir el bienestar del ciudadano.

No será hasta los alrededores de 1870 cuando desaparezca el arroyo ubicado en el centro de las calles madrileñas, auténticos canales por los que drenaban las inmundicias y cochambres vecinales al grito de ¡Agua va!

La canalización de Madrid a manos del Canal de Isabel II mejorará la calidad de vida de los madrileños. Pero la elevada mendicidad era otra de las causas por las que se propagaban las enfermedades contagiosas.

Este artículo trata de la alta morbilidad, de las instalaciones hospitalarias, de la beneficencia pública y de cómo eran los inviernos en aquellos tiempos. En este contexto tan duro se nos retrata al Madrid del siglo XIX.