Madrid es una ciudad tan enigmática como caótica. A veces este caos desemboca en situaciones tan contradictorias que podríamos calificar de humorísticas si no fuera por lo macabro de la broma. Por ejemplo, si dijéramos que en Madrid faltan muertos y sobran tumbas, podría sonar a chiste grotesco y de mal agüero y, sin embargo, es una realidad, aunque todo tiene su explicación.
Casi cualquier apasionado del anecdotario madrileño conoce la odisea que corrieron los restos de los grandes genios del Siglo de Oro para acabar desapareciendo devorados por el misterio o perdidos por la ineptitud. Esto, en cualquier caso, se ha contado ya muchas veces. Lo que ahora nos ocupa es otro aspecto del trajín que algunas celebridades sufren después de abandonar el mundo de los vivos. Ya lo dijo Mariano de Cavia: «No hay en este país profesión más intranquila e insegura que la de cadáver ilustre».
Menos conocida que el extravío negligente de nuestros hombres ilustres es la existencia en Madrid de tumbas vacías, tumbas en cuyas lápidas aparecen nombres, fechas, epitafios y datos de personas que ya no las ocupan o que jamás llegaron a ocuparlas. No son muchas, pero algunas hay.
Existen ilustres sepulcros desocupados y bien conocidos por los amantes de la historia madrileña. Es el caso de los encargados por doña Beatriz Galindo, la Latina, para sí misma y para su esposo, don Francisco Ramírez de Madrid. Magníficas obras de estilo plateresco a las que nunca llegó a dárseles uso. También son famosos los cenotafios de la familia Vargas en la capilla del Obispo, o el lugar en que descansó el cuerpo incorrupto de san Isidro en la contigua iglesia de San Andrés antes de su traslado a su emplazamiento actual. Ya en la vecina Alcalá de Henares, el fastuoso sepulcro renacentista del cardenal Cisneros puede ser visitado en la capilla de San Ildefonso de la Universidad, mientras que los restos del cardenal se encuentran en la cercana Catedral Magistral.
Pero, dejando a un lado lo que pertenece al patrimonio monumental de nuestra ciudad, acerquémonos a los cementerios, donde descansa el común de los mortales, buscando entre la inmensidad unos cuantos enterramientos que un día acogieron cadáveres ilustres y que hoy permanecen como un recuerdo de sus antiguos ocupantes.