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Si se le pregunta a cualquier madrileño por el emir Muhammad o Mohamed I (como está escrito en la plaza donde se alza la vieja muralla islámica en la cuesta de la Vega), lo más seguro es que no sepa qué responder. Ni siquiera conocerá que existe una plaza-parque dedicada a este personaje, que es más importante de lo que pueda parecer a primera vista, pues resulta que este señor es uno de los personajes más importantes de la historia de Madrid.

Muhammad I fue ni más ni menos que el gobernante cordobés que ordenó su fundación. Pero la Historia es injusta, pues ha decidido que Muhammad permanezca desdeñosamente en el olvido de la conciencia colectiva madrileña, enterrado en las ciénagas de un pasado que algunos cronistas áulicos juzgaron poco grandioso, empeñados como estaban en construir un imaginario y mítico origen para la ciudad que debía ser la capital de un imperio en el que no se podía poner el sol. Tan enorme era su extensión en la época de Felipe II, el monarca Habsburgo que decidió el destino de Madrid, la vieja Maŷrit de los musulmanes, como capital de los reinos y territorios que conformaban la Corona hispánica.

El nombre de Muhammad aparece de forma clarividente en la noticia más completa que existe sobre el origen de Madrid. En un texto de Ibn Hayyan, cronista árabe que vivió entre 987 y 1076, quien a su vez se basó en informaciones de un geógrafo anterior, al-Razi (888-955), se habla de la fundación de Maŷrit. De todas formas, como tanto al Razi como Ibn Hayyan nacieron varios años después de la fundación efectiva de la plaza fuerte maŷrití por el emir cordobés, es de suponer que tuvieron que recoger la noticia de cronistas anteriores o de los propios anales emirales, a los que tenían acceso. El caso es que en la noticia de marras Ibn Hayyan y al-Razi dan numerosos datos en muy poco espacio. Centrémonos en Ibn Hayyan, que al fin y al cabo es el recopilador y compilador de noticias al que seguimos en este momento. El cronista cita al autor de la fundación, mejor, promotor de la fundación del castillo (hisn) de Maŷrit. Pero no solo de Maŷrit, sino también de los hisn de Talamanca y Peñafora, y del de Esteras, este último erigido «para guardar las cosechas de Medinaceli». Ibn Hayyan asegura que el emir Muhammad fue el responsable final de numerosas obras y que se preocupó por el estado de las fronteras. Y que todo ello lo hizo por el bienestar de los musulmanes, los miembros de la comunidad de los creyentes.

Cuando llegó Muhammad al poder, como hijo y sucesor del anterior emir Abd al-Rahmán II, contaba con 30 años y gran experiencia de poder, debido a los importantes y continuos encargos que su padre le había ido confiando paulatinamente, que había cumplido a entera satisfacción de su progenitor. Muhammad gobernó entre el 23 de septiembre de 852 y el 4 de agosto de 886, fecha de su muerte. La política seguida por Muhammad I se diferencia de la de su padre Abd al-Rahmán II, y está íntimamente relacionada con los acontecimientos internos y externos del emirato. Mientras Abd al-Rahmán II trató de consolidar el poder omeya en zonas conflictivas e internas de al-Ándalus (ordenando la fundación de Murcia o la edificación de una alcazaba en la revoltosa Mérida), muy excepcionalmente construyó fortificaciones para la defensa exterior. En cambio, su hijo Muhammad I hizo todo lo contrario: su política estuvo encaminada a edificar sistemas defensivos en las zonas de frontera con los incipientes estados cristianos. De este modo, reforzó las defensas septentrionales fundando (es decir, fortificando o reconstruyendo, cuando no creando ciudades o fortalezas ex novo) numerosas plazas fuertes. Consolidó otras en el interior, verdaderos puntos estratégicos.

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