El Madrid barroco del siglo XVII era una ciudad en construcción. Para la fecha del primero de los casos que analizaremos, 1598, Madrid llevaba tan sólo treinta y siete años siendo capital y corte del Reino de España. Madrid empieza, pues, un periodo de protagonismo político e institucional sin precedentes en toda su historia, poblado por gentes nativas o emigradas de bajos estratos sociales que malvivían como podían y que eran el caldo de cultivo perfecto para la aparición de estas figuras: las curanderas o hechiceras urbanas.
Con el cambio de capitalidad y de siglo, Madrid sufrió un impacto social inesperado. Como afirma Enrique Villalba en su libro ¿Pecadoras o delincuentes?, la capital imperial pasa de tener el año de su capitalidad, 1561, «16 000 habitantes a más de 83 000 en pleno 1600» debido a la capitalidad de la villa.
La situación genera un problema de inseguridad social y miedos y, como afirma Juan Blázquez Miguel en su monográfico del tema Madrid: Judíos, herejes y brujas, «Al anochecer, en las oscuras callejas de la corte, sucias, malolientes y peligrosas, un enigmático mundo se hacía patente; el mundo de la superstición, de las brujas, del diablo, en definitiva, el mundo del mal». De entre ese mal popular habitual en las calles madrileñas, llama la atención el de la hechicería. Nuevamente, como afirma Enrique Villalba, estos delitos se encuadraban en la categoría de «otros», que eran «un cajón de sastre en el que están muchos de esos casos singulares»; de entre ellos, los acusados de hechicería tienen en este periodo procesadas a sesenta y ocho personas en veintiún casos.
Pero ¿en qué consistía realmente este oficio u acusación, la hechicería, superstición o curanderismo, tan comúnmente confundido con la brujería? Juan Blázquez Miguel, en su libro Hechicería y superstición en Castilla-La Mancha, nos distingue varios métodos: el del curanderismo, la brujería y la hechicería, «cuyo fin es conseguir por medios sobrenaturales lo que se anhela», usando para ellos conjuros y sortilegios de toda índole, tales como; la sal, piedras, velas, candiles o plantas diversas (romero, ruda, canela, beleño).
En cuanto a los casos en sí mismos, como afirman Alberto Montaner Frutos y Eva Lara Alberola en su texto Magia, hechicería, brujería: Deslinde de conceptos, la magia podía ser, según se use, «magia blanca benéfica y la negra, la maléfica».
Brujería, hechicería y superstición en el Madrid barroco
En el primer caso, la benéfica o basada en supersticiones benéficas, encontramos algunos casos en los archivos. Destaca en el Archivo Histórico Nacional, sección Tribunal de la Inquisición de Toledo, el proceso de fe de María de Vergara, María Carrillo, su sobrina, y de Isabel Martín, vecinas de Madrid, por supersticiones y brujería, entre 1598 y 1601. Es, pues, el más temprano de todos, pero en él encontramos ya elementos comunes. El proceso inquisitorial se siguió contra estas tres mujeres a lo largo principalmente del mes de junio de 1598. De entre ellas destacaba la principal encausada, María de Vergara, de treinta y dos años, mujer del alférez Manuel Ortiz, así como su sobrina, María Carrillo, ambas vecinas de la plazuela del Ángel de Madrid.
De entre los testimonios de testigos llamados a declarar en el proceso de fe, destacan algunos en los cuales se clarifican los supuestos delitos cometidos, tales como:
Muchas mujeres principales que tenían maridos honrados, cuando estaban malas venían a curarse. Isabel Martín (o Martínez), las santiguaba, invocando muchos demonios y les decía que rezasen credos. Los testigos veían de madrugada doblar una imagen de Santa María y decía una oración y después echaba las habas, con piedra, lumbre y sal y otras cosas y vio que hacían estas supersticiones.
María de Vergara comía carne en la Cuaresma, sin límite, pescado y sardinas. Sus criados la vieron y estaban escandalizados, y daban a entender que no eran cristianos. Invocaba al demonio, de ordinario se levantaba a las once de la noche a rezar, pero los testigos no entendían las palabras que decía y solamente vieron como daba tres golpes con el pie en el suelo.
Otro día se levantaban de madrugada, iban a las iglesias y sin hacer oración habían tomado con un tarrito un poco de agua bendita. También vieron que traían unas nóminas pegadas a las mangas de las ropillas, con agua bendita y una cosa blanca que parece yeso.