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Aniceto Marinas (Segovia, 17/04/1866-Madrid, 23/09/1953) es uno de esos artistas cuyo nombre pasa desapercibido mientras que sus obras, paradójicamente, forman parte del imaginario popular más madrileño. Sus esculturas son conocidas por todos y algunas de ellas constituyen, sin duda, auténticos símbolos de Madrid. ¿Quién no conoce la estatua de Velázquez ante el Museo del Prado, de Eloy Gonzalo en la plaza de Cascorro del Rastro o del Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles? Lamentablemente, pocos recuerdan al autor de estas magníficas esculturas.

Aniceto Marinas es para muchos, aún hoy en día, un gran desconocido, por eso nada mejor que dedicar unos minutos a recordar su extraordinario legado repartido por toda España, haciendo especial hincapié en las que encontramos en nuestra capital. Todas sus esculturas merecen tener un autor reconocido y reconocible; no en vano, Aniceto Marinas está considerado uno de los máximos exponentes de la escultura española de los últimos tiempos.

¿Qué peculiaridades podemos resaltar de la obra de Aniceto Marinas? Sin lugar a dudas, en primer lugar es preciso reconocer su gran maestría en la realización de grupos escultóricos, en los que se convirtió en todo un referente del momento. En ellos logró transmitir el sentimiento, el dolor o la tragedia del momento histórico, con una fuerza a veces desgarradora, como en el caso de los Héroes del Dos de Mayo en la plaza de España.

Los personajes históricos que esculpe parecen cobrar vida a través de la perfección de sus rasgos y la extraordinaria expresividad de sus cuerpos. Sus obras cuentan una historia, muestran la personalidad de un héroe o transmiten un sentimiento religioso. Logra superar la rigidez del estilo academicista de la época, transmitiendo un mensaje al espectador. Todo en ellas tiene un significado, por eso es preciso detenerse ante cada uno de sus personajes y observar cada detalle, leer en sus pliegues, en sus gestos, en su ambientación. Cada una de sus esculturas se convierte en una obra de arte. En más de una ocasión ha sido calificado como un autor de «poemas épicos en bronce».

Al final de su vida se especializó en la escultura religiosa y alcanzó una categoría comparable a la de los mejores imagineros españoles de todos los tiempos, trasladando la experiencia de su madurez a las figuras religiosas que tanto le inspiraban en aquellos años.

En este breve homenaje a Aniceto Marinas pasearemos por Madrid, repasando cronológicamente sus obras más importantes.

Aniceto Marinas nació en una humilde familia de Segovia, en la parroquia de San Millán, en cuya iglesia románica fue bautizado. Siempre se sintió muy unido a su ciudad y a su barrio, y como prueba de ello baste decir que regaló a su parroquia dos soberbias imágenes procesionales: La Dolorosa y El Cristo.

Desde niño destacó por su habilidad en esculpir figuras de cera. Formaba parte del coro de la Catedral de Segovia y tocaba también el violín. Su inquietud artística le llevó a moldear pequeñas figuras con la cera que obtenía de los cirios de la catedral, sorprendiendo a todos con el extraordinario parecido que lograba plasmar, representando los rostros de los canónigos y compañeros que le acompañaban en aquellos años de su niñez. También realizaba figuras para los belenes que sus hermanos mayores vendían por las calles para aportar algún dinero a la familia.

1881. Como ejemplo de su innata habilidad, podemos fijarnos en los dos bustos de majos madrileños, Retrato de majo con redecilla y de madrileña con mantilla, que talló con tan sólo quince años, expuestos actualmente en el Museo de Historia de Madrid. En la segunda planta del totalmente recomendable Museo de Historia de la calle Fuencarral, podemos detenernos en estas pequeñas estatuillas realizadas en arcilla e imaginarnos la admiración que causarían a quienes contemplaron la delicadeza y el realismo de estos castizos personajes y comprendieron el enorme potencial que desprendía aquel joven segoviano.

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